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Drácula

Título:
Drácula


Autor:
Hamilton Deane y Jl. Balderston.


Lugar:
Teatro Marquina.


Reparto:
Emilio Gutiérrez Caba (Van Helsing)
Ramón Langa (Conde Drácula)
Martiño Rivas (Jonathan Harker)
María Ruiz (Mina)
Amparo Climent (Señora Wells)
César Sánchez (Dr. Seward)
Mario Zorrilla (Rendfield)


Dirección:
Eduardo Bazo y Jorge de Juan.


Traducción:
Pilar Lerma.


Adaptación:
Jorge de Juan.


Tras su estreno en Sevilla, llega a nuestra cartelera esta adaptación teatral del vampiro entre los vampiros, «Drácula». Una adaptación que respeta el clásico, sin florituras ni licencias y que viene de la mano del mismo equipo que hace unos años puso en escena «La Mujer de Negro». Intentando que el patio de butacas vuelva a sentir escalofríos como en aquel exitoso montaje. Lástima que en esta ocasión se haya quedado en eso, en un intento.

La escenografía, tan realista, y la ambientación prometen un espectáculo digno de dejar al público, cuanto menos, intranquilo mientras presencia la función, pero el resto creo que pincha. Entiendo que llevar un espectáculo de este género a las tablas tiene que ser complicado y hay que tirar de momentos efectistas como son los gritos desgarradores, los golpes de luz o sonido para crear en el espectador la sensación de estar presenciando una historia terrorífica y que se sobresalte en la butaca, pero si todo eso después no lo acompañas de una acción acorde a lo que se anuncia, todo queda en un leve paseo en el «Tren Fantasma». Salí con la sensación de haber pasado algún momento entretenido, pero falto de ritmo.

En escena a penas si ocurren cosas. Todo es contado por los personajes. La acción siempre está fuera de escena, lejos de los ojos del espectador. Y si a esto le añadimos que a los actores se les veía carentes de sentimientos y con muy poca energía (quizá por ser la segunda función en el mismo día), el globo se desinfla enseguida. En ningún momento vi que se sintieran amenazados por la presencia del Conde Drácula o apremiados por la llega de la noche… Van Helsing no tiene pesar por la muerte de su hija Lucy, ni se le ve muy por la labor de querer eliminar al vampiro; Jonathan Harker no parece estar demasiado angustiado por la muerte en vida que está por llegar a su prometida; Mina anda medio diluida por la situación, a veces está a veces no, no se sabe qué mas puede hacer a parte de ser el objetivo del vampiro; el Dr. Seward es un personaje errante sin mucho que aportar; la Sra, Wells apenas si «doma» con realismo a Rendfield; Drácula no supone una figura terrorífica en ningún momento, se mezcla y se confunde con el resto de actores, no hay evolución entre el aparente aristócrata del comienzo al terrible «No muerto» del final, solo le salvan los trucos escénicos para sus apariciones y desapariciones… Destaca el personaje de Rendfield que se le siente casi mas amenazador que a su propio «amo».

Quiero que quede claro que hablo de los personajes, no de los actores. No considero que el problema sea del todo suyo, creo que lo que flojean son los personajes que son planos, carentes de personalidad. Todo ocurre porque es «Drácula» y tiene que suceder así, sin mas. En todo momento tuve la sensación de que había cosas que faltaban en el libreto, como si el espectador tuviera que presuponer lo que estaba sucediendo porque ya conocemos la historia del Conde, cuando lo que yo quiero como espectador es VER, no que me lo cuenten, para eso ya me he leído la novela.

La verdad es que iba predispuesto a repetir la sensación de angustia e intranquilidad que sentí en su anterior montaje, pero no hubo nada de eso. En su favor he de decir que al público en general si les estaba gustando, todo el mundo entró en el juego que proponían y al final aplaudieron a rabiar, pero a mi me dejó frío… Tal vez el exceso de expectativas me arruinó la función…

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Al final del Arco Iris

El teatro es en directo y eso conlleva que las funciones nunca sean iguales. Ahí radica gran parte de su magia y de su riesgo… En las funciones siempre hay «pequeñas» cosas que fallan y que los que estamos en el patio de butacas ni percibimos; los actores siguen adelante y nos hacen creer que está dentro de lo previsto, que eso que nos haya chocado, en realidad, estaba ensayado, pero otras veces es imposible tapar el fallo y hay un «click» que hace que el espectador se despierte del hechizo en el que andaba sumido y se da de bruces con la realidad, recordando que lo que está viendo no es mas que una mentira, un juego, una ficción… y ahí vuelve a tener el actor el cometido de conseguir arrullarnos y volver a sumirnos en ese hechizo para que volvamos a creer en todo lo que dicen o hacen… Solo que a veces, los espectadores somos «malos» y ya no nos dejamos hechizar y vemos que quien está en el escenario no es quien creemos que es, si no que está «haciendo de» y a partir de ahí todo va cuesta abajo y sin frenos.

Pues eso mismo es lo que me sucedió el pasado Jueves  viendo «Al final del Arco Iris». Todo apuntaba a que iba a disfrutar de lo lindo, disfrutar de uno de mis actores españoles favoritos desde siempre, Miguel Rellán, y de Natalia Dicente y Javier Mora. Disfrutar de Judy Garland, de sus canciones, de sus miserias, de todo lo que me fueran a contar, porque iba dispuesto a ello. ¡Incluso el programa de mano me gustó! Tan detallado, tan cuidado… La función transcurría realmente bien, aunque había varias personas que eso de estar en silencio y respetar el trabajo del actor parece que no lo entendían muy bien… Dos señoras mas preocupadas de haber perdido un pendiente, otros dos que no sabían que Judy Garland protagonizó el Mago de Oz y querían compartirlo con el resto y una famosa diseñadora cantando en voz alta a la vez que lo hacían en el escenario, hasta que un señor la mandó callar… Los actores estaban haciendo un buen trabajo: Dicenta, aunque siempre excesiva, estaba convenciéndome, Javier Mora estaba siendo todo un descubrimiento para mi y Miguel Rellán, pues bueno, como siempre, estaba haciendo un trabajo fantástico, pero de pronto… un zumbido incomodísimo comenzó a salir por los altavoces, los actores intentaban continuar, pero aquello en escena tenía que ser imposible de soportar, Natalia Dicenta intentaba arreglarlo a su manera, intentando incluirlo dentro del cuadro, aunque personalmente pienso que fue un fallo por su parte, no creo que fuera buena idea salirse de personaje mandando callar al monitor que zumbaba, mas que nada porque sus compañeros no sabían como improvisar con eso que ella estaba haciendo… El público a esas alturas estaba revolviéndose incómodo en la butaca, sin saber si reírse o no de la situación, todos nos quedamos callados esperando que todo siguiera adelante, pero la actriz no tuvo mas remedio que parar la función, que a mi modo de ver fue lo mas acertado; pedir disculpas, aunque no era culpa de ellos, e intentar ponerle solución. Finalmente los actores salieron de escena, apareció Jorge de Juan, que es director de la obra junto con Eduardo Bazo, y nos explicó que el incidente estaba provocado por unas interferencias con el ejército y se volvió a disculpar, prometiendo que en breve retomarían la función. Todos aplaudimos a modo de apoyo a actores y directores, que es lo lógico, y cuando todo se solucionó, los actores regresaron, volvimos a aplaudirles para que se motivaran y la obra continuó su camino… O eso es lo que debería haber sucedido… Pues los actores, aunque se les veía hacer verdaderos esfuerzos por recuperar el tono de la obra, no fueron capaces de reponerse y ya todo sonó a demasiado exagerado, a que estaban «haciendo de» en vez de meterse en la piel de los personajes… o quizá fui yo que ya no me dejé hechizar… el caso es que creo que la obra estaba llena de cosas que me hubieran hecho escribir con entusiasmo sobre lo que vi, texto, actores, escenografía… pero no ha podido ser así, la cosa se torció y ya no me creí nada. Rellán se quedó excesivamente serio, Mora andaba subiendo y bajando de su personaje a trompicones, y Dicenta se descontroló y dejó de dominar al personaje y el espacio escénico. Al final acabó siendo una de esas «funciones-pesadilla» que muchos hemos soñado angustiados en mas de una ocasión.

Para que no quede solo el sabor amargo de esta crónica de una función fallida, quiero dejar claro que seguramente, si alguien presencia otro día la función, disfrute mucho, ya que la voz de Natalia Dicenta me gustó y da gusto escucharla cantar la canciones de la función, la banda que la acompaña suena muy bien, Javier Mora tiene presencia y compone un personaje que resulta muy interesante con esas contradicciones que tiene, Y Miguel Rellán transmite una ternura y cariño por Judy Garland con el que te identificas totalmente.

Como he comenzado diciendo, el teatro tiene eso, que es en directo y uno nunca sabe lo que puede pasar…

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