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Purgatorio

Título:
Purgatorio.

Autor:
Ariel Dorfman.

Lugar:
Matadero (Naves del Español)

Reparto:
Carmen Elías (Mujer)
Viggo Mortensen (Hombre)

Dirección:
Josep María Mestres.
Lo reconozco, quizá soy algo impresionable y muy mitómano. No es una cosa que quiera evitar, ni me avergüenzo de serlo. Así que cuando me dijeron que Viggo Mortensen iba a subir a los escenarios de la capital, no dudé un instante en querer comprar entradas para ir a ver la función que estaba por hacer. La función nunca llegó, bailaron nombres, bailaron fechas, pero finalmente no llegó… Hasta el pasado Noviembre que, por fin, se estrenaba “Purgatorio” en el Matadero. El reclamo que me llevó a ver la obra era básicamente ver a Viggo Mortensen en directo, de cerca. Siempre le he admirado, concretamente desde que descubrí no sé cómo ni porqué “Extraño Vínculo de Sangre” donde Viggo caló hondo en el actor que llevo dentro y ahí se quedó, para admirarlo en todo lo que ha ido haciendo tras aquella película… Ya digo, soy un mitómano, a veces un tanto cegado, y creo que no he encontrado “pero” a este actor en ninguna de sus películas… Hasta que le vi en “Alatriste”, siento decirlo e incluso me da rabia, pero me aburrió. Ese personaje constantemente susurrado me pareció un soberano coñazo, y no le culpo del todo a él, creo que el intentar que limara su acento al hablar en español hizo que su creación quedara completamente plana y la intensidad del personaje quedara en nada… Pero por lo demás, creo que no tengo nada que criticarle, creo que es un actor todoterreno y siempre resuelve con bastante calidad, además que me transmite cierta cercanía y amor a la profesión, con lo que creo que es mas que suficiente reclamo y motivo para admirarle.

He de decir que he leído algunas críticas que me estaban quitando las ganas de ver la obra. El día que fui ya iba mentalizado de que posiblemente saliera del teatro decepcionado. Aunque es cierto algo que me dijeron, «Puede que no esté gustando, pero es imprescindible verla…». No me arrepiento.

«Purgatorio» escrita por Ariel Dorfman («La Muerte y La Doncella») y dirigida por Josep María Mestres nos muestra a dos personas que en su vida terrenal fueron pareja, tuvieron un terrible final y ahora se encuentran encerrados en una misma habitación siendo uno responsable del otro para decidir el siguiente paso que dará su «contrario» en la eternidad. Una planteamiento interesante y que a mi personalmente me hizo recordar al de «A Puerta Cerrada» de Jean-Paul Sartré. Supongo que por tratar, aunque de diferente manera, cual puede ser el infierno de cada uno, aunque en la obra de Dorfman aún se les da a los personajes la opción de poder redimirse…

Como digo, la propuesta es interesante, pero el texto, en mas de una ocasión, obliga al espectador a dejar de lado lo que está sucediendo en escena para poder poner en orden las ideas y poder seguir con claridad el mensaje que nos plantea. Algo que obviamente va en detrimento del espectáculo. Aunque a la vez es un desafío continuo para averiguar a donde llegarán con esos desdoblamientos, repliegues y repeticiones a los que se ven obligados ambos personajes, siempre expuestos a una crueldad que les come por dentro.

Dorfman nos plantea opciones infinitas por las que (quizá) debamos pasar una vez abandonemos la carne y pasemos a un siguiente plano. Vivir de nuevo la misma vida, pero tocándonos encarnar otro de los personajes que han compartido con nosotros la vida corpórea… Tener recuerdos de un pasado que se nos vuelve a plantear como un futuro… No recordar nada, pero conservar un instinto que nos indique lo que viviremos… No volver nunca mas y quedar atrapado en un limbo del que nunca logremos salir siendo atormentados una y otra vez por los que nos sufrieron y nos amaron o por los que sufrimos y amamos… Tantas opciones y casi ninguna grata, porque de lo que nos habla es de la crueldad del ser humano, de la fatalidad, del miedo que todos sentimos y no nos atrevemos a exteriorizar. De la dependencia que sentimos hacia los demás, de agradarles, de decir lo que quieren oír y de la cárcel que, sin embargo, somos para nosotros mismos… Mucho que pensar y que digerir tras ver la función.
Carmen Elías está absolutamente sensacional. Sobresaliente. Tiene una forma de acercarnos el texto que apabulla. Nos arroja la enormidad del sufrimiento que siente su personaje, la angustia de saberse culpable y a la vez víctima de las circunstancias. Nos hace sentir la necesidad de escucharla, de sentir repulsión y compasión a partes iguales. Tiene tantos matices a la hora de decir el texto que, a pesar de ser tan discursivo en muchos momentos, parecen palabras propias. Pasa algo similar con este personaje (salvando las distancias, claro) como con el que interpretó en «Camino«. Odias sus acciones, pero de alguna manera comprendes que su vida está dirigida a la tragedia mas absoluta y casi la perdonas.
Aplaudo la idea de no querer «galleguizar» el acento argentino de Viggo Mortensen. Creo que eso ha aportado mucha mas soltura a su interpretación y unos matices quizá «clasistas» a su personaje que, aunque en parte sean ciertamente un cliché, le hacen mas cercano, mas humano. Ese personaje que en principio es frío y distante, resulta que por dentro está siendo presionado para que así se le vea. Es después, cuando conocemos también de sus circunstancias y le sacamos todas las capas que lleva encima, cuando comprendemos que su tormento consiste en eso, en mantenerse hierático o volver a comenzar desde cero. Si eché en falta cierto desgarro en su interpretación, me faltó que en algún momento se rompiera y sacara el torrente que creo que su personaje lucha por escupir, pero por lo demás disfruté viéndole en escena y quisiera volver a verle en otra pieza para poder tener una idea de cómo es teatralmente hablando.
No salí en absoluto decepcionado de ver esta obra, que ciertamente es algo densa, pero que ofrece la oportunidad de abrir un debate muy interesante. Y de ver a Carmen y a Viggo en escena, que creo hacen un trabajo actoral mas que satisfactorio; quizá algo controlado, pero bien resuelto.
Lo siento por el que quiera verlo, pero me temo que ya no quedan entradas…
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Cine Mortensen Road

The Road


Tenía muchas ganas de ver esta película. No sabía muy bien de qué iba ni quería saberlo, solo quería verla. Supongo que mi admiración por Viggo Mortensen va mas allá de argumentos o títulos mas o menos comerciales. Veo todo lo que hace porque sé que el resultado me va a dejar un muy buen sabor de boca. Solo tengo un reproche y fue el español susurrado y monocorde de «Alatriste», el resto… Me encanta!
The Road no es una excepción. Me ha gustado muchísimo, tanto si quieres dejarla como una película apocalíptica o quieres profundizar un poco mas…
Los intérpretes me han parecido maravillosos, tanto Viggo, destaco dos momentos, su encuentro con un piano y pidiéndole a su hijo que le agarre de la mano… No digo mas para no desvelar nada. Kodi Smit-McPhee, el chico que interpreta a su hijo, tremendo momento cuando queda en estado de shock tras el tiro en la cabeza al enemigo y cuando asume su destino, derrumbe-serenidad-aceptación. Robert Duvall como uno mas de los pocos personajes ¿buenos? de este cuento tan lejano y tan cercano a la vez. Me gustaría también destacar la aparición de Michael K, Williams como el ladrón, nos hace vivir un momento en el que no sabes si debemos apiadarnos o no… No sabes si adoptar la posición del hombre o del chico, te desarma, y es que te penetra la soledad y la desesperanza que les invade y que les hace actuar como lo hacen tanto a unos como a otros…
La fotografía espectacular, tan desasosegante, tan fría que asfixia… Todos esos grises que contrastan con los rojos de la sangre, el verde de los ríos…
El sonido inquietante, nunca sabes si lo que se oye es la destrucción lenta y pausada del planeta, si es un peligro que les ronda… Te mantiene en permanente estado de alerta, como si fueras otro de los protagonistas.
Y es que es tan cruda como la vida misma, un dilema permanente. Momentos de respiro que no sabemos disfrutar porque no sabemos si nos los merecemos, momentos de terror de los que no nos creemos merecedores, anhelo por todo lo que ya no volverá. El recuerdo agridulce de los que ya no están… Quién no ha sentido todo eso? Y es que todo eso y mas está reflejado en esta película. El amor por los nuestros, el intentar mantener la esperanza sin dejarnos llevar por la «ilusión ilusa», el miedo a los demás, al dolor, al desencanto. El hermetismo hacia los desconocidos, perdiéndonos quizá momentos felices en la vida… Eso, sí, siempre dejando un resquicio a la esperanza de al menos poder seguir adelante, si no a un mundo mejor, al menos pudiendo sobrevivir, que no es poco!
Sinceramente y dejando a un lado el análisis crítico que le estoy dando a esta entrada. Esta película me ha tocado algo interno. Ha removido muchos sentimientos tan intímos, que a uno le da pudor compartirlos. Son esos sentimientos que te quedas para ti mismo porque cuando intentas expresarlos se ahogan en un nudo en la garganta y acaban quedándose donde estaban. Y es que en la vida hay momentos en los que un paso adelante, voluntario u obligado, hace que ya no puedas volver y rectificar, quedándose por siempre la sensación angustiosa de poder haberlo hecho mejor… o no. Y de las que queremos proteger a los que mas queremos, deseando que se hagan fuertes ante la adversidad, pero sin que la sufran «demasiado».
Supongo que ese tipo de mortificaciones son las que nos hacen humanos… Aunque como digo, siempre tratando de encontrar «un algo» a lo que aferrarnos y que nos de fuerzas para no desfallecer, ya sea por nosotros, por nuestros hijos o por la curiosidad de saber qué puede haber un poco mas allá…
Vaya! Creo que me he ido por los cerros de Úbeda! y es que el fango que acumulamos en el fondo del alma de vez en cuando se alborota cuando le damos con palitos como The Road y el resultado es este…

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