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El Último Vuelo de Saint-Exupéry

Título:
El Último Vuelo de Saint-Exupéry

Autor:
Mon Hermosa

Lugar:
Nave73

Elenco:
Antonio Velasco
Ana Parra

Diseño Iluminación:
Sergio Balsera

Espacio Sonoro:
Vaz Oliver

Vestuario:
Ester Lucas Jaqueti

Escenografía:
Teatro de Poniente

Coreografía:
Alberto Velasco

Dirección:
Iria Márquez

Desde hace ya un par de montajes me he convertido en un incondicional de los montajes de Teatro de Poniente, tienen ese «algo» especial que cala poquito a poco y que logra quedarse ahí dentro dejando un regusto muy tierno.Dejarse llevar por su embrujo es algo que todos deberíamos probar aunque fuera una sola vez en la vida.
En esta ocasión nos presentan un nuevo desafío, una apuesta que va un paso adelante en lo que a su universo particular se refiere. Con motivo del Festival Surge Madrid nos traen «El Último Vuelo de Saint-Exupéry».
La historia nos presenta a Antoine de Saint-Exupéry, autor del famoso libro «El Principito», quien tuvo una vida intensa y una muerte misteriosa, de la que nada se ha sabido hasta hace poco que un pescador rescató del mar un brazalete en el que figuraba el nombre de su esposa… Partiendo desde esta pemisa, la mente de Mon Hermosa se disparó y comenzó a imaginar cómo pudo ser el tránsito de Saint-Exupéry en esa especie de limbo hacia la muerte. A partir de ahí todo lo que veremos es pura poesía.
Un montaje que nos convierte en una presencia que respira y observa desde la oscuridad, y que el protagonista siente, en cierta manera nos teme, no sabe qué somos y la manera de combatir ese temor es hablar. Hablar de su vida, con excitación, con la pasión de quien toma su paso por la tierra como una aventura por la que hay que transitar con intensidad. Nos habla de sus sueños, de sus conquistas, de sus mujeres, del amor, de cómo entró en su vida y cómo jamás salió de ella; porque Saint-Exupéry tuvo muchas mujeres y todas le dejaron un poso en su interior del que no quiso desprenderse, y eso es lo que nos cuenta, las recuerda a todas ellas con una sonrisa, con un cálido beso, con un abrazo protector, con la nostalgia y la emoción de quien piensa que lo mismo, en este viaje a otro plano podría reencontrarse con ellas, de hecho, mientras espera su partida definitiva, la muerte, personaje temible y juguetón, le hace revivir momentos de su vida para que nosotros, sombras silenciosas, seamos testigos del legalo de este hombre.
Pero no solo habla de mujeres, habla de la hipótesis de cómo fue su final, de momentos históricos, de grandes aventuras, de altos vuelos…
Iria Márquez ha sabido poner en escena con su dirección la ensoñación de Mon Hermosa con una belleza y un gusto exquisito, sabiendo hacer de Antonio Velasco y Ana Parra todo un universo de sentimientos, vida y recuerdos que atrapan y emocionan. Un detalle a tener en cuenta de este montaje es la mezcla entre teatro y danza de la que se compone; apuesta arriesgada que funciona con absoluta naturalidad gracias a la maravillosa e indispensable mano de Alberto Velasco quien subraya con tanta sensibilidad esta bella historia y le imprime una visión sobrenatural y muy poética. Al igual que el espacio sonoro de Vaz Oliver y la bellísima ilumanción de Sergio Balsera, que junto a la escenografía y el vestuario de Ester Lucas Jaqueti, son complementos que acaban por darle sentido y hacen posible el ambiente requerido a esta mágica puesta en escena.
Antonio Velasco se planta la piel de Antoine de Saint-Exupéry y le imprime una personalidad tan palpable, aunque a veces la línea es demasiado fina entre Antoine y Antonio; tan real, que incluso situándole en ese pequeño asteriode en el que se encuentra, uno cree lo que cuenta. Regala tanta sensibilidad a su personaje y lo conduce por un camino tan amable, a pesar de la dureza de lo que cuenta, que logra hacer de este hombre aventurero y viajero un ser entrañable al que querer acompañar a través de este tránsito entre la vida y la muerte. 
Antonio sabe el camino por el que quiere llevar su trabajo, los riesgos que quiere asumir y el enfoque que le quiere dar; es innegable que la magia de Teatro de Poniente reside en sus manos.
Ana Parra tiene la difícil tarea de hacernos creer que ella es todos y, a la vez, un solo personaje. Baila, se retuerce, es animal, es bruma, es magia, es un sentimiento, es hombre, es mujer, lo es todo y siempre con la generosidad de estar al servicio de su compañero de escena. Su «Muerte» es una especie de hada con toques de Gato de Chesire, asusta, es enigmática, transmite dulzura, miedo… Bello trabajo el suyo con la varita de Alberto Velasco.
Una lírica y apetecible propuesta que seguro va a ir creciendo y tomando forma con el transcurso de las funciones, que va a regalar belleza a todo el que quiera entregarse a ella.
Una función diferente, que despeja el espíritu, que emociona con su arrullo y que enamora con esa forma tan especial y personal de contar y tratar a los personajes. Un nuevo golpe de magia de Teatro de Poniente.
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Antonio Velasco Fran Calvo La Casa de la Portera Mon Hermosa Personales Secundario Teatro Teatro de Poniente

Secundario

Título:

Secundario

Autor:
Mon Hermosa

Lugar:
La Casa de la Portera

Elenco:
Antonio Velasco

Producción:
Teatro de Poniente

Director:
Fran Calvo

Después de ver «Secundario» y ponerme a escribir sobre la función, no sé si hacer una crónica o escribir una declaración de amor a Ginés, el protagonista de esta pieza maravillosa que interpreta Antonio Velasco.
Salí tan encandilado por todo lo que cuenta, pero sobretodo por como lo cuenta, que ahora mismo lo que me invade son las ganas de hacer el atillo y largarme con él y revivir aquella raza maravillosa de actores que fueron los Cómicos de la Legua.
Venga, por qué quedarme con las ganas, ¿no?

Querido Ginés, 
Tú seguramente no me conoces, pero soy José, y el pasado domingo me tocó en suerte el papel de «Espectador Nº 4» en La Casa de la Portera, digo este número porque cuando recogí la entrada para verte antes de mi había otras tres personas, así que me tocó en suerte ese papel. La verdad es que en esta ocasión el papel me ha venido estupendamente bien, no he tenido que fingir ni forzar, simplemente me he dejado llevar y, bueno, ahí está el resultado. 
Confieso que hay otras veces que me dan ganas de salir corriendo y renunciar al papel de espectador, pero esta vez… la verdad es que me hubiera gustado alargarlo mas, pero los papeles tienen su duración y punto, ¿no?
Supongo que a mi me pasa como te suele pasar a ti, que a veces pasamos desapercibidos ante el deslumbramiento que provocan los protagonistas, pero te juro que estaba ahí, haciendo el papel designado e intentando hacerlo de la mejor de las maneras. Lo que sí te puedo asegurar es que el final, antes de mi mutis, lo hice perfecto; aplaudí con todo el sentimiento, desde dentro, como si se me abriera el pecho… No sé si llegaste a notarlo, pero yo me marché muy satisfecho.
¿Sabes? No me quejo de mi suerte, de que me haya tocado el «Espectador Nº4» porque de esa manera he podido disfrutar mas de lo que nos contabas. Incluso en algún momento me dejé llevar y se me olvidó que aquello era una función y la emoción se me salía por los ojos, pero bueno, de esa manera también se puede disfrutar, ¿no?
Ginés, estar ahí sentado, atento a todo lo que nos contabas provocó dentro de mi una avalancha de sentimietos y recuerdos, me hizo reafirmar que el alma de cómico no se apaga por mucho que se le eche tierra por encima. 
Me acordé de la primera vez que me decidí a dejarlo todo por «artistear»… Te vas a reir, pero la primera vez fue cuando le dije a mi madre que me marchaba de casa con cuatro o cinco años; el circo había llegado a mi ciudad, y decidí que ahí estaba mi lugar y le dije que me marchaba con ¡el circo de Ángel Cristo!. Supongo que nadie se lo va a creer, pero ese recuerdo permanece muy nítido en mi cabeza. Recuerdo que lo tenía todo pensado, tan solo tenía que recoger cuatro cosas en casa de mis padres y acercarme a la carpa, enrolarme con ellos, y comenzar a recorrer otras ciudades. Yo quería salir ahí, delante de todos y hacer mi número ¿Qué número? Pues no lo sé, pero alguno me darían y yo estaría encantado… Y, ya ves, lo que son las cosas, ahora mi número es el 4, el de Espectador Nº4. Un buen número que me ha traído hasta aquí para que me recordaras ese momento tan bonito y que ha marcado el resto de mi vida. Y es que desde entonces no he dejado de sentir dentro de mi ese «bulle bulle» de tirarme a la carretera y vivir como un Cómico de la Legua, no quiero el papel de galán, con ser un Secundario es mas que suficiente, además que no encorseta ni limita tanto, y lo llevaría con todo el orgullo, como lo haces tú. Un sueño que aún de adulto acaricio como algo maravilloso de vivir y que escuchándote a ti me ha hecho comprobar que no soy el único «tarado» que piensa estas cosas… Qué maravillosa locura, ¿verdad?
Confieso que me emocionó mucho escucharte hablar de ti, de tu familia de artistas, de los momentos vividos. 
Me asombré de la cultura tan grande que hay dentro de un alma teatrera, esos conocimientos adquiridos a base de vida… y si no es así… ¡pues uno se la inventa! que el espectador está ahí y se lo cree porque para él no existen los textos escritos, existen las palabras dichas por el actor y ¿quién puede decirnos que lo que dices no es así?

Te juro que salí de la función pensando en ese niño decidido a hacer el atillo, porque salí con el mismo sentimiento de hace treinteypico años, el de tirarme a la carretera para vivir de lo que el corazón pide, con todo lo que eso conlleva.

Qué belleza saber cómo es el sentir de un secundario, pero dicho de la manera que tú lo cuentas, con esa sencillez, esa felicidad mezclada en los sinsabores, o esos momentos agridulces llenos de una sonrisa de comprensión… esa forma de vivirlo. 
Aprovechar la intensidad que otorga el anonimato de la escena, poder convertirte en una esponja humana y gozar de tu momento de foco, o aprender a ganártelo y pelearlo, y después seguir gozando del trabajo de los compañeros. Memorizar personajes, crearlos a tu manera, pulirlos a tu antojo y sacarlos cuando a uno le viene en gana.
Pero sobretodo vivir la vida con las ganas y el sentimiento tan bello con el que tú vives la tuya. Un ejemplo de que no hay papeles pequeños si no actores que no saben aprovecharlos.

A mi también me gustaría que, cuando me toque bajar el telón de mi función, allá donde caigan mis cenizas, salga una flor hermosa y fuerte de raices porque así lo siento desde mi alma de cómico, puesto en el otro lado del espejo, pero cómico al fin y al cabo.

En fin, Ginés, que no quiero molestarte mas. A ver si algún día nos tomamos un café juntos y seguimos la charla, mas de tú a tú, dejando a un lado los papeles que nos ha tocado. Pero de momento debes seguir adelante con tu función, que yo me he saltado el libreto y me he venido arriba. Tan solo decirte que he sentido la belleza de tu trabajo y ha calado por aquí dentro, muy hondo, y pensaba que quizá quisieras saber de ello.

Un fuerte abrazo,

Jose.
Bueno, cuando uno necesita hacer algo, debe hacerlo… Os pido disculpas si esto no es lo que esperabais, pero es la libertad que me otorga el blog y me he aprovechado de ello.
Tan solo felicitar la labor de Antonio Velasco por generar tal cúmulo de sentimientos, a Fran Calvo por dirigir con tanta sensibilidad y cariño este texto de Mon Hermosa que es una absoluta delicia y espero que, aunque la temporada finalice ya mismo en La Casa de la Portera, a Ginés aún le queden funciones que seguir representando en nombre de José Sacristan y sus indisposiciones.
¡Qué bonito trabajo y que sentimientos tan hermosos despierta!
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