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Aitana Sánchez-Gijón Asier Etxeandia Irene Escolar Jorge Calvo José Ollé La Chunga Mario Vargas Llosa Rulo Pardo Teatro Teatro Español Tomás Pozzi

La Chunga

Título:

La Chunga

Lugar:
Teatro Español

Autor:
Mario Vargas Llosa

Elenco:
Tomás Pozzi (El Mono)
Asier Etxeandía (Josefino)
Rulo Pardo (José)
Jorge Calvo (Lituma)
Aitana Sánchez-Gijón (La Chunga)
Irene Escolar (Meche)

Escenografía:
Sebastiá Brosa

Iluminación:
Lionel Spycher

Vestuario:
Miriam Comple

Dirección:
José Ollé

«La Chunga» es uno de esos espectáculos que despiertan mi curiosidad desde el comienzo, sin conocer nada del montaje; la unión del autor y el reparto era excusa mas que suficiente para lanzarme a la compra de entradas sin saber mas. Después, leyendo el argumento y viendo los vídeos promocionales que el Teatro Español ha ido colgando en las redes sociales las ganas se multiplicaron.
«La Chunga» nos sitúa en un pueblecito de Perú donde la vida transcurre perezosa y sin sobresaltos, hasta que una noche, Josefino, un parroquiano que frecuenta la taberna regentada por La Chunga, presenta su nueva novia ante sus amigos, Los Inconquistables. Todos, incluida la dueña de la taberna, quedan deslumbrados ante la belleza y la juventud de Meche.
La noche transcurre entre cervezas, apuestas y dados. En un momento de «calentón», Josefino, hace un trato con La Chunga y le propone poder pasar una noche a solas con Meche a cambio de que le preste dinero para poder seguir apostando; ella accede y se marchan a su habitación, pero a la mañana siguiente, cuando Josefino vuelve a por su novia, esta ya no está y nadie consigue arrancarle una palabra a La Chunga de lo sucedido. Esto provoca que cada uno de Los Inconquistables imagine, según su forma de interpretar las cosas, qué es lo que sucedió aquella noche entre las dos mujeres, sin sacar nada en claro.
El texto de Vargas Llosa nos embarca en un viaje a las mentes de cada uno de los personajes, jugando con lo que piensan que sucedió y lo que jamás sabrán. El autor entra en lo mas profundo de sus almas, dejando al descubierto los demonios que torturan su día a día exponiendo aquellos deseos y anhelos que jamás verán cumplidos. Un retrato de lo que nos sucede a los humanos cuando algo se nos escapa a nuestro entendimiento; todos intentamos encontrarle una lógica que nos satisfaga, que nos consuele el pensamiento, aunque nosotros mismos sepamos que dista mucho de la verdad.

José Ollé dirige esta función en la que la realidad y la ficción se solapan, se entremezclan y se confunden, tal como les sucede a los personajes que pueblan esta historia. Los mete a todos en un microunirverso que es la taberna de La Chunga donde parece que se encuentran a salvo, ese refugio donde huele a agrio y a serrín, donde unos castigan a otros, pero donde todo se cura abriendo una nueva botella de cerveza y entonando una vez mas el himno que les une en su soledad.
Con una escenografía esquelética, creada por Sebastíá Brosa, que acompañada de la iluminación Lionel Spycher, llena el espacio de recovecos y rincones oscuros, de texturas ásperas y nada reconfortantes, que nos adentra en un universo de almas desesperadas que chillan su dolor disfrazado de sueños inconfesables y que se fusiona con las personalidades de cada uno de los personajes que pueblan la función.

Entrando en el tema de las interpretaciones, hay de todo, cosas que me entusiasmaron y otras que me dejaron frío.
Me agradó encontrarme con una Aitana Sánchez-Gijón absolutamente transformada, dejándose literalmente la piel en el escenario, y regalándonos una de esas actuaciones que marcan. Un maravilloso trabajo de fusión con el personaje, cuerpo y voz están al servicio de La Chunga, aunque en los momentos mas desgarradores juegue quizá algo en su contra, pero dejándome un regusto final que aún paladeo con ganas.
Admiro cuando un actor/actriz apuesta por si mismo y pone toda la carne en el asador para llegar a crear algo diferente a lo que hemos visto, como es el caso de Aitana y esta Chunga.

Asier Etxeandía vuelve a darnos una lección de como hacer parecer fácil lo difícil; la brutal personalidad  de su Josefino explota en nuestra cara y nos deslumbra con un personaje que nos asusta, pero que a la vez nos descubre a un ser prisionero de si mismo que, como todos, intenta salir a la superficie a tomar aire, pero al que su lado mas perverso le arrastra hacia el fondo… interesante descubrir la cantidad de matices que Asier dibuja para que no quede en mera fachada. Nuevo punto a favor del inmenso Asier.
Ambos actores tienen una escena en esta función que ya solo por vivirla merece la pena ir a ver «La Chunga», un momento en el que ni Asier ni Aitana están en escena, son Josefino y La Chunga, tan vivos que impresiona verlos; demostrando como ambos se entregan al servicio de sus personajes y dan una lección del control sobre la escena y sobre el espectador. Memorable.

Mención especial a Jorge Calvo por ese Lituma que te arrebata el corazón, que dibuja una pureza de sentimientos y una limpieza en su interpretación, que «su momento» es una delicia de experimentar. Qué bien que haya actores que te conquisten de esta manera y con esa sencillez, ¡quiero mas Jorge Calvo!.

Tomás Pozzi es pura energía, a veces da la sensación que vuela por el escenario. Es arrollador. Aunque al comienzo cuesta encajar con su personaje, de tan excesivos que resultan sus ademanes y formas, uno acaba por conocer al Mono y comprender. Tomás Pozzi sabe cómo hacer para que acabes por entrar en su código y conquistarte.

A Irene Escolar ya la he visto en tres montajes y siempre me ha convencido, me gusta su forma de afrontar los personajes, se nota que se entrega de lleno a lo que hace y me creo todo lo que nos propone, pero me apetece verla en otro registro y descubrir mas cosas de ella porque comienzo a tener cierta sensación de «ya visto» y es una lástima porque realmente es una actriz que me gusta. En esta función tiene un momento precioso junto con Aitana en el que la ruptura de los personajes es tal que llegue a sobrecoger de la emoción transmitida.

Con quien no llegué a encontrar un punto de conexión fue con Rulo Pardo y su José, quizá se me escapó el detalle que da la clave de su personaje, pero en todo momento lo vi fuera de sintonía con el resto de actores y poco convincente en su intervenciones. A excepción del momento en el que comenzamos el viaje a su «versión» donde creo que la sordidez de su realidad sale a flote y provoca muchas reacciones en el patio de butacas. Lástima porque ese hubiera sido el camino que hubiera hecho mas interesante a este personaje, siempre desde mi humilde opinión.

Lo que uno no puede negar viendo este montaje es que los actores afrontan la obra con coraje, entregándose al texto de Vargas Llosa con ganas y valentía y que, gracias a la labor de dirección de José Ollé, nos encontramos con un trabajo potente donde no se escatima en imágenes crudas y llenas de fuerza, que mezcladas con un toque de realismo mágico, nos hacen vivir con intensidad este cuento que nos traen a las tablas del Teatro Español y del que uno sale, aunque empañadas de puntos sobrantes, con la sensación de haber visto cosas muy grandes.

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Álamo Cayo Irene Escolar Miguel del Arco Ratones y Hombres Steinbeck Teatro Teatro Español

De Ratones y Hombres

Título:
De Ratones y Hombres

Lugar:
Teatro Español

Autor:
John Steinbeck

Versión:
Juan Caño Arecha y Miguel del Arco

Reparto:
Fernando Cayo (George)
Roberto Álamo (Lennie)
Antonio Canal (Candy)
Rafael Martín (Patrón)
Josean Bengoetxea (Sim)
Irene Escolar (Esposa de Curley)
Eduardo Velasco (Carlson)
Diego Toucedo (Curley)
Alberto Iglesias (Whit)
Emilio Buale (Crooks)

Dirección:
Miguel del Arco

Acudir a ver un montaje con tan altas espectativas es muy peligroso y me pone de alguna forma un tanto nervioso. Pienso que con tato halago acabará por dejarme un poco decepcionado, que no seré capaz de disfrutar del espectáculo porque estaré esperando en todo momento ese golpe que me dejará fascinado y el resto será simplemente un relleno ante el «momento«. Aunque poco a poco voy consiguiendo desprenderme  de todos esos pensamientos y sentarme en mi butaca  lo mas limpio posible.


«De Ratones y Hombres» escrita por John Steinbeck, primero como novela y tras el éxito de esta, adaptada por él mismo al teatro, cuenta  la historia de amistad de dos hombres que llegan en busca de trabajo a una granja de Estados Unidos en los años 20. Lennie un hombre con deficiencia mental y una fuerza desproporcionada; un alma inocente dentro del cuerpo de un gigante, y George, un pícaro que solo busca la paz de un hogar propio. Nos cuenta su llegada a la granja, precedida por una serie de problemas ocasionados por Lennie, por su fuerza descontrolada y su atracción hacia las cosas «suaves». 
En la granja se encuentran con una cuadrilla de trabajo, el patrón, el hijo de este, un ex-boxeador, y su esposa, la única mujer en kilómetros a la redonda. Llegan con el sueño dorado de poder ahorrar lo suficiente para poder comprar una granja donde rehacer sus vidas y encontrar la paz que hasta ahora les ha sido negada. Este sueño se hace mas palpable al entablar amistad con otro de los jornaleros, pero los celos desmedidos del hijo del patrón, las ganas de hablar y relacionarse de su esposa, complicarán la realización de dicho sueño.
Creo que estoy sufriendo algún tipo de enamoramiento con el teatro de Migueldel Arco. Ese cuidado que pone en cada puesta en escena, esos ambientes que te transportan, ese cariño con el que los actores cuidan el texto… es todo tan increíblemente agradable de ver… Y con agradable no quiero decir que sea cómodo, quiero decir que los gozo, aunque a veces sea desde el sufrimiento.
Elige unos textos que remueven por dentro, que te hacen seguir pensando en lo que has visto tras la función, que te hacen querer hablar sobre ello, que te transmiten ternura, una vuelta de tuerca distinta para contarnos las cosas; alegría, dolor, sufrimiento, miedo, soledad, amor… Miguel consigue hacerte sentir lo que los personajes sienten, con tanta sencillez que casi ni te das cuenta.
En su teatro hay cosas pequeñas que hacen de la función algo enorme. Toques en el alma que hace que tenga sentido lo que estás viendo.
“De Ratones y Hombres” es un ejemplo de lo que digo. Mezcla la dureza del sufrimiento de unos seres prácticamente condenados a la miseria con la dulzura de sus sueños, de sus anhelos… La relación que hay entre George y Lennie transmite tanto cariño, tanta sencillez, es tan humana, que desarma. En mas de un momento me descubrí sonriendo emocionado, sintiendo tanta ternura… Esos momentos ciertamente paternales que tiene George con su amigo aún me conmueven. Un gesto tan simple como el sacar un pañuelo y sonarle la nariz a su amigo como si de un niño pequeño se tratara… esa risa de Lennie cascabeleando como la de un bebé… Los momentos en el bosque o soñando con su proyecto de futuro. Hacen que incluso escribiendo esto, días después de la representación, sienta un peso emocionado en el pecho.
La obra nos habla de cosas sencillas. Cosas que a veces pasamos por alto, pero que son el motor de nuestro día a día. Todos tenemos sueños que cumplir, queremos compartirlos con alguien que nos escuche, que nos cuide, a quien cuidar. Alguien que nos recuerde, las veces que haga falta, cómo es ese sueño dorado que queremos alcanzar para poder retomar fuerzas para seguir luchando para conseguirlo, y dormirnos con una medio sonrisa creyendo ciegamente que un día será posible…
Hablo de Miguel del Arco, pero todo lo que él nos quiere transmitir no podría hacerse realidad si no fuera por un reparto tan bien elegido.
Fernando Cayo y Roberto Álamo están inmensos. Difícil tarea la de ambos. Fernando llevando a sus espaldas el ritmo de la gran mayoría de escenas, derrochando energía. Sabiendo hacer que el público sintamos lo que él siente, que comprendamos a su personaje y no le juzguemos. Aportando la dosis justa de picardía y ternura. Cuando un actor sigue vibrando en el momento de los saludos, como hace Fernando, deja patente que su trabajo sale desde lo mas hondo del alma.
Roberto me dejó literalmente con la boca abierta. Lennie es un tipo que podría llegar a asustar, su descontrol puede espantar y, sin embargo, es él quien es realmente vulnerable a la crueldad que le rodea. Roberto le regala un alma llena de verdad. Hace de Lennie un personaje desubicado, fuera del mundo al que pertenece. Un ser que tiene mucho que dar, pero incapaz de hacerlo sin causar daño. Todo un regalo para nosotros e imagino que para él.
A Irene Escolar es la segunda vez que la veo y la segunda vez que me deja pasmado con su forma de interpretar. Hace el texto suyo, lo maneja y lo amolda a ella hasta el punto de parecer que lo que dice sale de ella misma, que Steinbeck no tuvo nada que ver en ello. Aunque he de decir que hay momentos en los que quizá le da un toque “niñata” que a mi particularmente me parece que le resta credibilidad.
Y tanto la cuadrilla, formada por Antonio Canal, Josean Bengoetxea, Eduardo Velasco, Alberto Iglesias y Emilio Buale, como el patrón Rafael Martín y el hijo de este Diego Toucedo, forman un reparto muy conseguido, cada uno con su personalidad propia. Me gusta ver que no son personajes planos. Observar que tienen su forma de hacer, sus pequeñas acciones, que aunque no intervengan verbalmente en ese momento, explican historias. Dentro de su “rudeza”, hablo de la cuadrilla, todos tienen el toque de humanidad, de colegas, apropiado para generar ese ambiente de camaradería necesario. Al igual que la hostilidad que exudan tanto el Patrón, como su hijo Curley, devorado por los celos y ese complejo de inferioridad tan grande que quizá sea uno de los detonantes de ese final aplastante.
Tanto para la escenografía de Eduardo Moreno, la música de Arnau Viláy la iluminación de Juanjo Llorens, solo puedo decir elogios y aplaudir la idea. La función transcurre en el bosque y en la granja y las transiciones entre ellas están absolutamente integradas. Me entusiasma la idea de “industrializar” los cambios de escena, con ese ruido ensordecedor de maquinaria, los gritos, el humo, los contraluces… La energía de los actores, haciendo que no sea un tiempo muerto, si no que forme parte de la función, tanto como el propio texto. Tan impactantes como el vertiginoso y angustiante comienzo que ya hace agarrarte a la butaca.
Como digo, no sé que me ha dado esta función que me ha dejado un peso dentro del pecho que se activa cada vez que la recuerdo. Tiene la esencia de esos recuerdos de ciertos momentos pasados que permanecen y que aunque lo recuerdas con cariño, escuecen.
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Agosto Baró Borrachero CDN Garbisu Gerardo Vera Irene Escolar Machi Sanchís Teatro Valle Inclán

Agosto (Condado de Osage)

Título:  
Agosto (Condado de Osage)

Lugar:
Teatro Valle-Inclán

Autor:  
Tracy Letts

Reparto:
Amparo Baró (Violet Weston)
Sonsoles Benedicto (Mattie Fae Aiken)
Alicia Borrachero (Ivy Weston)
Irene Escolar (Jean Fordham)
Gabriel Garbisu (Steve Heidebrecht)
Antonio Gil (Bill Fordham)
Carmen Machi (Barbara Fordham)
Markos Marín (Charles Aiken Junior)
Miguel Palenzuela (Beverly Weston)
Chema Ruiz (Deon Gilbeau)
Clara Sanchís (Karen Weston)
Marina Seresesky (Johnna Monevata)
Abel Vitón (Charlie Aiken)

Dirección:
Gerardo Vera

Esta crónica tendría que estar escrita desde hace mas de un mes, cuando tenía mis entradas compradas, pero la gripe también hace estragos entre los actores y a comienzos de Enero se tuvieron que suspender algunas funciones…  Algo que me hizo temer que me quedaría sin poder verla, ya que se habían agotado prácticamente todas las entradas antes del estreno del día 7 de Diciembre. Al final, lo que tenía que haber durado hasta el domingo 19, para suerte de unos cuantos se prolongó hasta ayer día 22 de Febrero. Seguro que ha supuesto un esfuerzo extra tanto para el equipo artístico y técnico como para el CDN, y desde aquí les doy las gracias porque finalmente he tenido el privilegio de presenciar algo que creo será comentado durante mucho tiempo.
«Agosto» nos cuenta la historia de una familia americana que se desmorona. Una familia obligada a reunirse tras la repentina desaparición del padre (Miguel Palenzuela). Reunión que hace aflorar el resentimiento y el amor mal aprendido de todos los integrantes de esta familia que vaga desamparada por la vida. Una familia que se sostiene sobre los hombros de una madre (Amparo Baró) enferma y adicta a las pastillas. Harta, dolorida y asqueada de todo, guarda mil secretos que le escuecen por dentro y que alivia haciendo blanco de su ira sobre sus tres hijas (Carmen Machi, Clara Sanchís y Alicia Borrachero). Las cuales a su vez son portadoras de sus propias miserias y que intentan crear su particular felicidad, la cual siempre queda infectada por esa madre asfixiante que, incluso en la distancia, tiende sus sogas sobre ellas. Una madre que al final sabemos que solo demanda la porción de amor que nunca le dieron y que, anestesiada de cariño, tampoco sabe dar a los que le rodean.
La obra, última pieza dirigida por Gerardo Vera al frente del CDN, es una dolorosa visión de las tripas de una familia que no sabe amar y que cuando ve florecer el amor, lo aplasta porque no sabe como mantenerlo vivo. Un texto de Tracy Letts y versionado por Luis García Montero, lleno de dolor, amargura y un humor corrosivo que me tuvo fascinado desde el comienzo hasta ese dasasosegante final. 
Hubo momentos que no supe si reír, llorar, hacer las dos cosas a la vez o como tomarme las situaciones que se planteaban en el escenario porque todo aquello de lo que nos reíamos, además con ganas, era realmente algo que destrozaba los corazones de los personajes. Pocos momentos hay en la representación que te den un respiro y los que hay vienen anunciando un golpe mas duro que el anterior. Como digo, la función está llena de momentos cómicos que, a mi personalmente, me hacían doler por dentro, pero de los que era imposible no reírse porque, al igual que cuando uno sufre la pérdida de un ser querido no puede sostener el duelo de contínuo, al espectador le sucede con estos personajes lo mismo, y aunque compartimos el sentimiento con ellos, se necesita aliviar esa tensión de alguna manera, y este texto sabe como manejarlo. El texto está lleno de diálogos brillantes, monólogos desgarradores y silencios que desesperan de todo el sentimiento que contienen. Y si a eso añadimos un reparto que se entrega con el alma abierta a la función, poco mas se puede pedir.
¡Qué grande es Amparo Baró! No tengo forma de expresar todo lo que pude gozar viéndola en escena, que cantidad de sentimientos me removió por dentro con su Violet. Qué generosidad por su parte el volver a los escenarios de esta forma, dando una lección de humanidad sobre las tablas… Me hizo sentir un privilegiado por dejarme mirar dentro de su alma de actriz.
Por supuesto que todo el reparto es maravilloso, no hay uno solo de todos ellos que se quede rezagado. Todos tienen grandes momentos que saben aprovechar al máximo y de los que no perdí detalle, eso es algo que también engrandece al libreto, que regale a todos los personajes su momento de gloria. Es maravilloso. 
Carmen Machi está espléndida, no puedo dejar de disfrutar la verdad con la que afronta su trabajo, su forma de moverse por escena, la forma de hacer suyas las frases. El brillo emocionado en sus ojos. Todo, absolutamente todo es una verdad palpable.  
Alicia Borrachero me enamoró con su hija/hermana asfixiada por la vida y tan cruelmente golpeada al final de la función. Hay tanto amor en lo que hace, en lo que dice, en sus caricias, que aún me emociona el visualizarla.
Clara Sanchís me tuvo hipnotizado todo el tiempo de su monólogo inicial, imposible dejar de observar un personaje tan lleno de matices.
Irene Escolar compone un personaje tan real, tan cercano a la vida que hay fuera de las puertas del teatro, que a veces parecía que no estaba diciendo un texto aprendido… Se nota lo que ha mamado…
Sonsoles Benedicto da un recital de dolores silenciosos y frases hirientes que hacen que comprendas lo injusto de su personaje.
Marina Seresesky tiene el agente externo de toda esta odisea, quien aparentemente ajena al dolor, acaba por ser una presencia indispensable para esta familia. Su forma de escuchar y reaccionar ante los otros personajes es maravillosa.
Antonio Gil ofrece un recital de contención brutal, me pareció complicadísimo hacer ver al espectador la culpabilidad y la «misericordia» hacía su despechada y desprotegida esposa, bajo una capa de aparente naturalidad pensando que, lo suyo en ese momento, no es importante.
Grandes momentos también los ofrecidos por Gabriel Garbisu seduciendo a la menor, Markos Marín intentando confesar y no pudiendo por el bien de su amada, Abel Vitón enfrentándose a su mujer tras 38 años intentando, sin éxito, aplacar el dolor de ella. Chema Ruiz dejándose seducir por la mayor de las hijas en un momento de debilidad humana como es el que se siente con el abandono. o Miguel Palenzuela en ese precioso momento siendo escuchado por su recién contratada sirvienta Y es que ellos, los hombres, son el contrapunto; la lucha del amor, en todas sus variantes y con todos sus defectos, frente a las mujeres de la familia, impedidas de todo afecto por el manto asfixiante de la madre.
Una función que vibra con la magia de los actores. Maravilloso momento el de las tres hermanas hablando sobre ellas y sus vidas, se podía haber parado en ese momento el mundo que yo no me hubiera enterado. Todo mi ser estaba en ellas, en lo que contaban, en como se reían, se miraban, se decían… 
Al igual que los enfrentamientos entre los personajes de Baró y Machi, una auténtica montaña rusa de escenas que me dejaron sin aliento. 
Después de ver la función tuve un pensamiento. Había salido tan fascinado por lo que había prensenciado, que ahora que coqueteo con la posibilidad de volver a subirme a las tablas, pensé lo feliz que sería subiéndome a un escenario y poder conseguir hacer sentir al espectador una milésima parte de lo que estos maravillosos actores me han hecho sentir a mi con esta obra. Qué bien ver un trabajo tan bien hecho.
Dentro de un tiempo diré «Yo vi Agosto» y aún habrá algo dentro de mi que se acelerará de pensar que así fue…
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