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Alberto Conejero Daniel Grao Federico García Lorca La Piedra Oscura Nacho Sánchez Pablo Messiez Rafael Rodríguez Rapun Teatro María Guerrero

La Piedra Oscura

Título:
La Piedra Oscura

Autor:
Alberto Conejero

Lugar:
Teatro María Guerrero

Elenco:
Daniel Grao
Nacho Sánchez

Escenografía y Vestuario:
Elisa Sanz

Iluminación:
Paloma Parra

Espacio Sonoro:
Ana Villa

Dirección:
Pablo Messiez

Lo admito, me es completamente imposible poder escribir sobre “La Piedra Oscura” y lograr mantener la compostura mientras hablo de la función. Podría decir que lo siento, pero no es cierto. Creo que esto que me está sucediendo y que me impide escribir una crónica como siempre, es algo tan bello como el impulso de querer aplaudir en pie cuando una función te ha llegado bien adentro. Así que he decidido convertir esta crónica, si esto es posible, en un aplauso desgranado en palabras.
Aplaudo el placer de haber podido ver a Pablo Messiez y a Alberto Conejero fundidos en un mismo montaje. Antes de “La Piedra Oscura” entre uno y otro, cada uno por su lado, ya me habían hecho viajar a sitios en mi interior que me da pudor explorar y que, sin embargo, ellos logran alcanzar como si nada. Conejero y Messiez pertenecen a ese tipo de teatro que me gusta que me acaricie, aunque a la vez me escueza. Y es que duele, no se puede negar que ver «La Piedra Oscura» duele. Duele la historia que contiene, las palabras que se dicen en voz alta, y las que no son capaces de brotar, las que se quiebran en la garganta, todas ellas duelen; y también duele la memoria, el recuerdo, las miradas, la desesperación… La vida. ¡Y eso es una belleza!
Aplaudo con lágrimas en los ojos la forma de transmitir el desconsuelo, la tristeza, el miedo que se siente “viviendo” junto a Rafael ese último intento desesperado por trascender. La comunión entre estos dos desconocidos que son Rapun y Sebastián, luchando por vencer el terrible desasosiego que provoca pensar que uno puede marcharse de esta vida cayendo en el olvido y sin cumplir nuestro cometido, sea cual sea… 
Hay frases dichas en esta función que aún resuenan en mi interior y que atenazan, emocionada, la garganta:
«Tuve tanto miedo. Pero te encontré. Ahora alguien sabe quién fui.”-
-«Nadie puede desaparecer del todo, ¿verdad?”-
De hecho, aún no he sido capaz de poder hablar con nadie de la función sin sentir que las lágrimas volvían a mis ojos, que la voz se me quebraba y que incluso se apoderaba de mi una especie de vergüenza al poner en palabras lo que sé que se me ha quedado clavado en el corazón.
Aplaudo todo el amor que hay dentro de esta función. 
Un amor que nos emociona, que nos rompe, que nos hace acabar temblorosos. 
El mismo amor que Rafael siente por Federico, el poeta, el dramaturgo, y también la persona; el amor apasionado que Sebastián comienza a comprender que no debe temer ni sufrir; el amor por preservar la memoria y el recuerdo. El mismo que Alberto Conejero ha volcado creando este texto que, para mi, ha nacido llamado a ser un clásico contemporáneo. El amor que Messiez ha puesto para darle cuerpo, con esa forma de ver, de mostrar y pellizcar, y con el que Daniel Grao y Nacho Sánchez se han entregado abiertos en canal. Y el de Elisa Sanz creando semejante espacio y Ana Villa colando el mar y la lluvia en el María Guerrero y Paloma Parra haciéndonos mirar… ¡Qué viaje tan gozoso! ¡Tan bello! ¡Tan doloroso!
Aplaudo a Daniel Grao y a Nacho Sánchez por entregarse y ser la carne, la sangre, las lágrimas, las miradas, los susurros, los gritos, los silencios, de Rafael y Sebastián y de tantas otras ausencias que de alguna manera, y gracias a «La Piedra Oscura», han dejado de ser anónimas; porque ahora, y gracias a ellos, son una realidad que resuena en las almas emocionadas de cuantos hemos podido compartir esta función.
¡Qué injusta es la vida por habernos arrebatado la “La Piedra Oscura” de Lorca, y qué maravillosa es a la vez por habernos regalado la de Conejero… y la de Messiez, y la de Grao, y la de Sánchez, y la de…!
Y ahora aplaudo en pie, desde aquí y a golpe de crónica o lo que sea esto que ha salido, y no paro de hacerlo desde el día que la vi, pues aunque parezca mentira ese mismo día que viví la función no fui capaz. La emoción me pudo. A mi, si me hubieran dejado, ni siquiera hubiera aplaudido al finalizar, a mi lo que el cuerpo me pedía era quedarme allí sentado y llorar, llorar la función como se merece, y después dejar que se disolviera ese nudo que no me dejó gritar los «Bravos» que se me agolparon en la garganta, que se me pasara el temblor de piernas que me impidió levantarme, para después sí, desgañitarme gritando y dejándome las manos aplaudiendo puesto en pie, tal como hago en este momento, pues no se merece menos.
¡Buf! Y después dicen que porqué amo el teatro…

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Alfonso Lara Claudio Tolcachir Daniel Grao David Castillo Emilia Gloria Muñoz Malena Alterio Teatro Teatros del Canal

Emilia

Título:

Emilia

Autor:
Claudio Tolcachir

Lugar:
Teatros del Canal

Elenco:
Gloria Muñoz (Emilia)
Malena Alterio (Carolina)
Alfonso Lara (Walter)
Daniel Grao (Gabriel)
David Castillo (Leo)

Iluminación:
Juan Gómez Cornejo

Escenografía:
Elisa Sanz
Gonzalo Córdoba Estévez

Vestuario:
Elisa Sanz

Ayudante Dirección:
Mónica Zavala

Dirección:
Claudio Tolcachir

Si algo hizo que terminara por decirme a ver «Emilia» fue una tarde de comienzos de enero de este año en el café María Pandora, concretamente en los Cafés Teatrales que organiza Verónica Doynel. Era una de esas citas imprescindibles que, los que escarbamos en el teatrerío de manera mas obsesiva, no podemos perdernos. Allí estaba Claudio Tolcachir hablando, junto a Luis Luque y Raúl Tejón, sobre el teatro, sus carreras y todo aquello que surge cuando dejan que profesionales de este calibre se sientan cómodos. El caso es que después de escucharles hablar, no pude hacer otra cosa que comprar la entrada para poder ver esta función.
«Emilia», que está escrita y dirigida por Claudio Tolcachir, cuenta el casual reencuentro de Walter con Emilia, ella fue su niñera durante toda su infancia. La emoción de ese encuentro hace que Walter la invite a su casa para presentársela a la familia y mostrarle a Emilia la dicha de haber logrado poner en pie un hogar.
Una propuesta construida en la nebulosa de los recuerdos, donde sus habitantes danzan, entrando y saliendo de ellos con total impunidad a pesar de la crueldad que encierran. Donde Tolcachir nos ofrece un ramillete de personajes que son víctimas del amor y que lo sienten de diferentes maneras, donde todos intentan ser aceptados, buscando ese hueco en el que refugiarse; a veces con inocencia, otras con torpeza, buscando una segunda oportunidad, o incluso con la violencia que da la desesperación, pero donde todos buscan la aprobación y el consuelo de sentirse arropados.
Una historia sobre el deseo de amar y ser amado. Donde se habla de la imperfección del amor y de sus afiladas aristas, que laceran y hieren profundamente, cuando se le fuerza a ser y a estar.
Es una historia llena de pliegues, de recovecos que a veces tan solo se intuyen y que hacen de esa aparente normalidad algo perturbador.
Claudio Tolcachir cuenta una misma historia desde planos diferentes, girando entre la memoria y el presente, entrando y saliendo de instantes que van acelerándose para llegar a un punto al que nunca nos hubiera gustado llegar, a pesar de estar en él desde el mismo comienzo de la función. 
Generando sensaciones extrañas en el espectador, que contempla la propuesta sin saber muchas veces si lo que cuenta es algo que nos tiene que causar gracia o esconde algo terrible de lo que no deberíamos reírnos. Donde los personajes muestran la torpeza de quien no puede más, y ya no les sale fingir normalidad. Nos ofrece un mar de sombras que hay que jugar a detectar entre tanta luminosidad. 
La Emilia que nos regala Gloria Muñoz es una absoluta delicia, uno la rememora pasados los días tras la función y sigue sonriéndole con ternura, deseando consolar su desdicha. La sencillez y la calidez de su interpretación es tal, que uno reconoce a Emilia en su propia realidad. Una absoluta belleza de trabajo y un lujo poder contemplarlo.
El Walter de Alfonso Lara me hizo sentir inseguro cerca de él, sus expresiones, sus miedos e inseguridades me fueron transmitidos como algo terrible, una olla a presión de la que hay que alejarse. Es un animal encerrado dentro de una jaula de cordialidad que aterra mas que cualquier amenaza directa. Es un disfrute que te provoquen de esta manera.
Gran interpretación la de Malena Alterio con todos esos matices de los que llena a su Carolina; hay tanto que leer en sus silencios, en sus ausencias… ¡y es tan difícil de lograr! Me parece precioso trabajar desde esa sutileza y esa sensibilidad, terrible ese momento con los sándwiches.
David Castillo es todo un descubrimiento para mi, vi tal entrega en su trabajo que me apetece seguirle de cerca. Un bello retrato de la inocencia, arriesgado y muy bien resuelto.
Daniel Grao, nos trae a Gabriel, un ser que reside entre los recuerdos y el remordimiento, y que a la vez reclama su parcela de comprensión, que detona el desenlace y que, siendo el mas marginal de todos, acaba por aportar el punto de cordura a tanto frenesí de aparente felicidad. Transita por un registro diferente que resuelve con nota; en él me sucede como con Malena, destaco la sutileza de sus momentos fuera de foco, son imprescindibles para comprender dónde nos ha colocado Tolcachir.
Disfruté bailando entre la acción principal y todas esas pequeñas situaciones que ocurren fuera de foco y que tanto enriquecen el resultado. Tolcachir muestra tal gusto por el detalle y la sutileza, que no me importaría volver a ver la función para tan solo fijarme en eso que ocurre en los alrededores. Porque posa en los actores tal cantidad de vida que, estando fuera de foco, podemos obtener una lectura mas nítida, e incluso sincera, del sentir de sus personajes al no tener que estar obligados a «ser» lo que los demás les exigen que sean.
«Emilia» es una función de las que invitan a hablar largo y tendido sobre ella, de la que se pueden sacar tantas cosas, tantas lecturas, que apetecen. Y que pasados los días le encuentras aún mas matices y mas intensidad que la que uno capta en el primer instante.
Un auténtico placer poder, por fin, descubrir el teatro de Claudio Tolcachir.

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