Título:
Cliff/Acantilado
Autor:
Alberto Conejero
Lugar:
La Pensión de las Pulgas
Elenco:
Carlos Lorenzo
Creación Audiovisual:
Adriá Ghiralt
Espacio Sonoro y Música Original:
Mariano Marín
Ayudante:
Pablo Martínez
Dirección:
Alberto Conejero y Alberto Velasco
Todo en esta función juega a sumergirnos en la mente atormentada de este hombre, esas proyecciones deformadas, clavadas en un esquinazo, que no cesan de recordarle quién fue. El mobiliario de la habitación donde vuelven a tomar forma las presencias para hacerle viajar en un caleidoscopio de amargos recuerdos. Las luces que nos hacen saltar en el tiempo, las voces, los ecos, las músicas… y las palabras, lacerantes, desnudas, que producen tanto escozor… Un perfecto conjunto de complementos que nos hacen sentir la estremecedora y desasosegante brisa en el borde de ese Acantilado al que hace referencia el título. Un círculo vicioso y resignado que acaba por llevarnos de nuevo allí donde nos encontramos a Clift al entrar, como si su condena fuera tener que rememorar todos esos momentos una y otra vez…
La dirección conjunta de Alberto Conejero y Alberto Velasco está llena de doloroso lirismo, desnaturalizando, casi deconstruyendo, cualquier acción de Carlos Lorenzo, actor que da vida a Montgomery Clift, optando por velar con los vapores etílicos y el sopor de los tranquilizantes cualquier reacción de esta alma perdida. Un personaje impedido, incapaz de sentirse libre para mostrarse tal como es, que siempre mantiene una frágil compostura, como un niño perdido que intenta crearse un mundo ficticio en el que refugiarse y que se le revela convirtiéndose en una dolorosa vuelta a la crueldad por la que pasó y reflejo de la insatisfacción de lo que el futuro le ofrecía, haciéndonos entender las angustiosas ataduras a las que se vio sometido; prueba de ello es ese único grito que se permite así mismo, un grito desgarrador, pero sordo.
Quizá eché de menos vislumbrar en más instantes al hombre bajo la máscara, que el dolor rompiera cualquier pose, que estallase y reventase esa membrana que le separaba de la realidad, creo que esos momentos se encuentran en el texto, o yo así me los imaginé, para llegar a empatizar con total entrega con el Clift que Carlos Lorenzo pone en escena. Un trabajo complejo, bien trazado, que alcanza su grado álgido en esa ceremonia de entrega de los Oscars que comento más arriba, donde la máscara se desmenuza y nos pellizca la emoción, o ese fugaz encuentro con el desconocido, haciéndonos ver ese hombre solo, que sabe que todo ha terminado para él, aunque después intente convencernos de lo contrario…
Un arriesgado trabajo, complicado y muy cuidado, que en algunos momentos hace sentir que el texto supera a la función, pero que guarda momentos gloriosos, brillantes, punzantes y que es poseedor de una hipnótica belleza… Es una función compleja, para dejarse seducir por lo que cuenta y, sobretodo, cómo lo cuenta; que deja un regusto áspero en el fondo del paladar; para tener los ojos y los oídos bien abiertos y empaparse en la nada amable oscuridad de un alma que camina resignada a la condena. ¡Dejaos llevar!
