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El Viaje A Ninguna Parte

Título:
El Viaje A Ninguna Parte

Autor:
Fernando Fernán Gómez (Versión Ignacio del Moral)

Lugar:
Teatro Valle-Inclán

Elenco:
Amparo Fernández (Julia Iniesta)
Antonio Gil (Carlos Galván)
Andrés Herrera (Maldonado/Solís)
Olivia Molina (Juanita Plaza)
José Ángel Navarro (Ceferino/Varios)
Tamar Novas (Carlitos Galván)
Miguel Rellán (Arturo Galván)
Camila Viyuela (Rosa del Valle)
Carlos Montalvo/Ángel Ruiz (Voces en Off)

Escenografía:
Max Glaenzel

Iluminación:
Juan Gómez-Conejero

Vestuario:
Myriam Ibáñez

Ayudante de Dirección:
Anna Rodríguez Costa/Claudio Tobo

Dirección:
Carol López

No voy a negar la alegría que me dio saber que el CDN preparaba una versión de «El Viaje A Ninguna Parte» del inmenso Fernando Fernán Gómez, y a la vez el pánico que me produjo pensar en qué sería lo que iban a hacer teniendo como referente ese clásico del cine español y estandarte de cualquier cómico que se precie de serlo.
Quedé a la espera, hambriento, y el pasado miércoles asistí a la función en el Teatro Valle-Inclán, me senté en mi butaca dispuesto a dejarme envolver por la magia de revivir a la Compañía Iniesta-Galván, llevando su teatro de repertorio por los polvorientos caminos de la España de posguerra.
Es muy difícil abstraerse del original e intentar adaptarse a las nuevas caras sin caer en las comparaciones, pero como ya dije en la crónica sobre «Amantes«, por mi parte, no sería justo para los profesionales que se suben a las tablas para darle vida.
Ignacio del Moral, autor de esta versión teatral, comenta en el programa de mano, que se ha inspirado en la novela, tratando de olvidar la película y el peso que conlleva tenerla de precedente. Y es de agradecer que se intente realizar una revisión del original sin adaptar a las tablas lo que ya vimos en la pantalla… Aunque a veces, inevitablemente, se les escapen «ramalazos».
Conociendo de antemano los personajes, eché en falta una pizca de esa atmósfera de inocencia que destilaban en la película (Lo siento, soy consciente de lo que he dicho y sé que las comparaciones son odiosas, pero se me ha escapado). Ese vivir asimilando las desavenencias que les surgen a través del camino y vivirlas junto a ellos, la ternura de sus pequeños grandes instantes; quizá los saltos en el tiempo, el exceso de fragmentación en las escenas, hicieron que conectara intermitentemente con los personajes. En ocasiones las escenas se suceden con un ritmo algo irregular y no da tiempo a paladear la historia como se merece. Me apetecía saborear un poco más de esos encuentros entre Carlitos y Rosa, o entre la santísima trinidad de los Galván (Abuelo, padre e hijo), por poner un par de ejemplos, ¡porque madera actoral, en esta función, tienen de sobra!
Aunque también es cierto que, cuando la función encara su recta final, esos problemas de conexión se solucionan y uno acaba por sentir la realidad de estos seres frágiles que han optado por vivir el sueño de sus vidas y hacerlo cueste lo que cueste, aunque eso suponga no saber exactamente dónde viven, a dónde pertenecen… Esta troupe con esos dilemas y esas luchas que aún hoy se siguen batallando en el regazo de la cultura…
Uno ve la función y no puede evitar encontrar tantos similitudes con la actualidad, que da la sensación que a veces los actores/personajes han parado la función y están hablándonos directamnte a nosotros, que acabarán por sentarse al borde del escenario para charlar de todo lo que acontece en estos momentos. ¡Qué sabio era Fernando Fernán-Gómez!
Es inevitable que la emoción acabe floreciendo y un nudo se agarre a nuestra garganta cuando ese Carlos anciano acaba caminando junto a los ecos de su recuerdo, continuando su viaje a ninguna parte.

Una preciosa escenografía, cambiante, simplista; ¿excesivamente abierta? no estoy seguro, los campos de Castilla son así, con lo que tampoco es una idea descabellada mostrar la enormidad del escenario del Valle- Inclán como si fuera un inabarcable cielo que se pierde entre matojos y tierras áridas. La verdad que es un placer cuando hay presupuesto y se utiliza a favor del espectáculo. La iluminación, la escenografía, los efectos… Todo juega en pro de la producción otorgándole una gran belleza visual.
Los momentos de ensueño, las mezclas de realidad y ficción, los recuerdos rozando con los dedos una verdad que no es nada justa con Carlos Galván, están muy bien zurcidos, con poesía llena de ternura, con un humor y una picaresca muy agradecida, nacida de la dirección de Carol López; aunque también es cierto que me hubiera gustado un poco más de riesgo, un ir «más allá» en la adaptación teatral para culminarla como la maravillosa historia de los Iniesta-Galván se merece.

Como comento un poco más arriba, creo que en esta función hay madera actoral suficiente como para sacar adelante este montaje. No digo nada que no se sepa al leer los nombres del elenco.
Creo que Antonio Gil lleva con solvencia y dignidad el peso de la historia. Al igual que aplaudo la titánica tarea de Miguel Rellán, enfrentándose a un personaje que permanece en el imaginario de todos los que hemos amado al Arturo Galván fílmico, y que trata con tanto amor y respeto. Preciosa y triste escena la que nos regala Rellán tras el paso de Arturo por la experiencia con el cine… Al igual que el tragicómico Carlitos Galván que nos propone Tamar Novas, divertido, contundente en su sinceridad e inocentemente cruel, desencadenante del devenir de esta compañía. Amparo Fernández derrocha ternura. Creo que Olivia Molina se enfreta aquí a su mejor papel, convenciendo con su Juanita; pero con el permiso de ambas, el descubrimiento personal de esta función es el de Camila Viyuela, que entrega una energía y una luz muy especial a las tablas del Valle-Inclán, ¡me encantó!
Y no quiero dejarme fuera a Andrés Herrera y a José Ángel Navarro que cuentan con la labor de hacernos ver a un amplio abanico de personajes que se cruzan y conviven con la maravillosa compañía Iniesta-Galván.

Creo que esta es una buena función para descubrir el teatro, tiene los ingredientes apropiados para enganchar al espectador primerizo.
Y, a pesar de creer que es una versión algo precipitada y en ocasiones fragmentada, es necesaria para recuperar la memoria de lo que es el arte de amar esta profesión, que a muchos se les está olvidando esa parte de entrega y respeto que, realmente, es la esencia de todo esto.
Y es que, insisto, ¡qué sabio fue, y siempre será, Fernando Fernán Gómez!

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Andrés Herrera Bernard-Marie Koltès Julio Manrique Laia Marull María Rodríguez Matadero Oriol Guinart Pablo Derqui Roberto Zucco Rosa Gámiz Teatro Xavier Boada Xavier Ricart

Roberto Zucco

Título:
Roberto Zucco

Autor:
Bernard-Marie Koltès

Lugar:
Matadero – Naves del Español

Elenco:
Pablo Derqui
Laia Marull
Andrés Herrera
María Rodríguez
Xavier Boada
Rosa Gámiz
Xavier Ricart
Oriol Guinart

Esenografía:
Sebastià Brosa

Iluminación:
Jaume Ventura

Vestuario:
María Armengol

Traducción:
Cristina Genebat

Dirección:
Julio Manrique

El pasado miércoles acudí al Matadero con las espectativas por las nubes. Este montaje de Roberto Zucco viene avalado por un gran éxito la temporada pasada en Barcelona y eso siempre me llena de curiosidad.
Tenía ganas de descubrir qué era eso que tanto había gustado; siempre he oído hablar de esta obra, aunque nunca la había visto en escena y tenía muchas ganas de sacarme esa espinita… Y eso que no me gusta dejarme llevar por los entusiasmos exagerados, por los gritos de júbilo de las redes sociales, sobretodo porque eso se desinfla a la primera de cambio, en cuanto no veo los fuegos artificiales que deslumbraron a todo el mundo y me estropea la función.

Es cierto que Roberto Zucco es puro lirismo abierto en canal, escuchar las palabras de sus personajes provocan un desasosiego desconsolado en el alma que es difícil de deshacer tras salir del teatro.
Desde el mismo momento que oímos el nombre del protagonista, comienza a respirarse algo insano en el ambiente. Mientras veía la función llegué a la conclusión de que Roberto Zucco es un virus letal que lo infecta todo, en el momento que se entra en contacto con él la vida se pudre, se llena de un olor dulzón que al comienzo parece agradable, pero en el momento que te aproximas para averiguar qué es, la peste te inunda para no soltarte mas.
Un texto Bernard-Marie Koltès lleno de violencia, de rabia, donde las palabras rezuman una brutalidad descarnada que te dejan destruido y que describen un microcosmos sin esperanza, lleno de sordidez e infelicidad de la que es imposible liberarse; haciendo que cualquier atisbo de posibilidad de escape se convierta en atractiva, aunque esa posibilidad sea abrazarse a un asesino sin escrúpulos como Zucco. Si a esto le añadimos una escenografía tan cinematográfica y el ambiente que el propio matadero otorga a cuanto allí se representa, uno no tiene que hacer demasiados esfuerzos para sentirse en ese suburbio desolador en el que todo transcurre.
Pablo Derqui compone un espeluznante Roberto Zucco. Tiene algo en su forma de interpretar que asusta y seduce a partes iguales. Es capaz de hacernos sentir lo que sus víctimas sienten cuando están ante él. Somos como esos ratoncillos que husmean a la aparentemente apacible serpiente y que cuando se confían, ya es demasiado tarde para deshacerse del abrazo mortal, pero siendo aún suficientemente conscientes como para saber y sufrir nuestro agónico destino.
Pero no solo eso, además es tan disfrutable su control corporal, el ver cómo maneja las emociones a su antojo, que resulta hipnótico. Pocos actores he visto tan próximos al público y que me hayan hecho sentir tan intranquilo en mi butaca.

No así me sucedió con sus compañeros, a los que vi pasados de vueltas. Las interpretaciones del resto del elenco, a excepción de María Rodríguez como la hermana pequeña que me hizo sentir parte de su amargo viaje, me parecieron excesivamente sobreactuadas y fuera de sintonía en comparación con lo que Derqui nos regala…
La sobrepasada intensidad de la mayoría me hizo pasar en pocos minutos de un posible intento de empatía a querer que desaparecieran de escena, y ya siento tener que decir esto.
Después, en casa, rumiando en mi cabeza las sensaciones que me provocó la función, pensé que quizá el director, Julio Manrique, quisiera utilizar estos códigos tan alejados para mostrarnos que esa es la visión que el propio Roberto Zucco tiene de los personajes que le rodean dentro de su mente enferma; entonces sería justificable e incluso interesante. Porque no puedo negar que en momentos sentí cierta fascinación al contemplar como encarnaban todo ese amplísimo abanico de personajes; pero si esta fue la propuesta, no supe captar el momento en el que se nos diera la clave para entender que esto fuera así… Haciendo que no llegara a entrar en la historia.

En definitiva, un placer descubrir este texto de Bernard-Marie Koltès, que en mi inmensa ignorancia aún lo tenía pendiente de conocer, y ese lirismo lacerante que me embelesó y, por supuesto, descubrir y sentir la cautivación por un monstruo del escenario como es Pablo Derqui, mas allá de su personaje; lástima que fuera envuelto en algo que no me llegó a convencer o que no supe entender.

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