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La Piel

Mary quiere abrir un centro suicida, un lugar donde la gente acuda a morir de la manera que más le plazca, un espacio donde se respete la decisión de dejar de existir, sin juicios ni prejuicios. Esa es la premisa desde la que parte “La Piel”, la nueva propuesta teatral de Teresa Rivera y Valeria Alonso que tras “La Sole” se lanzan de cabeza para ofrecernos una nueva experiencia sensorial; lo califico así porque decir que lo que hacen ellas es teatro acotaría injustamente lo que nos ofr11110274_801964229879816_976844247780511827_necen. Apuestan por tener al espectador entregado, con las emociones a flor de piel (nunca mejor dicho) y conseguir que se una a este viaje que explora el tránsito hacia la muerte.

Sería fácil optar por lo tétrico y lo melodramático, por hacer de “La Piel” un discurso, incluso por todo lo contrario, por intentar arrojar una luminosidad artificial. Sin embargo, las emociones fluyen solas y adoptan una gama de intensidades que calan sin ser forzadas. En “La Piel”, hay humor, emoción, sencillez, nostalgia, amor y mucha acidez e ironía.

Me fascina el poder que tiene Teresa Rivera para transitar entre lo poético y lo macarra. Para transportarnos gracias a esa estupenda puesta en escena -A destacar la maravillosa iluminación de The Blue Stage Family y el vestuario  de Elisa Sanz que consigue mantener la esencia y la personalidad de esta artista- A todos aquellos lugares por los que ella quiera hacernos transitar. A mí con ella me pasa como cuando éramos pequeños, que jugabamos con cuatro palos dos trozos de plástico y una lata a creer que estabamos viajando en una nave espacial y con el solo hecho de querer, creíamos. Pues ella posee ese poder de convicción. Ella dice que estamos en un centro suicida y tú lo ves posible, ella te dice que es Tina Turner y tú ni lo dudas… Ella quiere y nosotros accedemos a regalarle nuestra imaginación y eso es porque percibimos esa generosidad desde el otro lado. Hace de su propuesta un lugar en el que nos apetece estar. Sale a escena y sabes que se va a entregar en cuerpo y alma a su propuesta, y esto que suena a topicazo no lo es en este caso, ojalá todos salieran con el arrojo con el que ella se lanza al escenario… y claro, ¡cómo no corresponder!

Foto Jean Pierre Ledos
Foto Jean Pierre Ledos

“La Piel” es una caricia y un pellizco. Es un beso, es sexo, una dentellada y un recuerdo. Esta función está cargada de una belleza y una dureza tan cercana e inevitable que es imposible no identificarse en este imaginario por el que Teresa nos pasea. Dentro de “La Piel” hay instantes que se te clavan muy adentro: Ella comiendo la manzana recordando a su padre mientras escucha las sevillanas, o el momento en el que muda la piel, dejando la bata de cola para transformarse en lo que siempre ha querido y que nosotros, más que verlo, lo percibimos. Momentos realmente potentes: Ese comienzo en plan dominatrix o el éxtasis final con ese “Proud Mary” que es un auténtico delirio.

Hay artistas que no se conforman con lo fácil, con lo efectivo. Hay artistas a los que les gusta regalar riesgo, ofrecer concepciones diferentes para desarrollar una idea y se agradece tanto…

Título: La Piel Dramaturgia/Dirección: Valeria Alonso Idea/Interpretación: Teresa Rivera Vestuario/Escenografía: Elisa Sanz Iluminación: The Blue Stage Family Lugar: Nave 73

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En Un Entreacto Radio Podcast

En un Entreacto Radio – Arrancamos 3ª temporada

Comenzamos la 3ª temporada de En Un Entreacto Radio.
En este primer programa hemos contado con la presencia de Íñigo Guardamino y Elton Prince, autor/director y actor respectivamente, que han venido a presentarnos «Sólo Con Tu Amor No Es Suficiente» y con Pepe Ocio que ha regresado a charlar con nosotros con motivo de la reposición de «Cuando Deje de Llover».
¡Un arranque de temporada de auténtico lujo!

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Dios Contra Eva Eisenberg

Los pequeños acontecimientos hacen de nuestra vida algo extraordinario. La vida está llena de situaciones que hacen que nos encaminemos hacia nuestro destino, por muy increíble que este pueda resultar a ojos de los demás. Veamos: A algunas personas nos pasan “cosas”, a otros les ocurren muchas más cosas que al resto; las circunstancias, las decisiones, las casualidades o el destino se ceban con unos más que con otros, y luego está lo que le sucede a Eva Eisenberg1.-dios-contra-eva

En “Dios Contra Eva Eisenberg” somos testigos de la negativa de Eva a vivir prisionera. Ella huye de cuanto la hace sentir atada, y a modo de presentación y a golpe de recuerdo nos invita a conocer su camino en busca de la luz y de esa libertad que tanto ansía. Un camino lleno de reveses que cualquiera diría que estuviera escrita por un tal Charles Dickens. La familia, las parejas, la vida en toda la extensión de su significado provocan que Eva se convierta en un ser que intenta escapar y los cúmulos de desgracias y desengaños acaban por llevarla por unos derroteros que al común de los mortales nos harían exclamar un “¡Venga ya!” lleno de incredulidad, pero que después de meditarlo nos plantea un “¿Y por qué no?”

¿Dónde está el límite de lo que puede y no sucedernos mientras emprendemos una huida hacia adelante? ¿Qué pasaría si retásemos a duelo al destino y quisiéramos romper definitivamente con todo eso que nos genera tanta insatisfacción y que nos anula?

Los chicos de LaCanoa Teatro se marcharon a vivir su particular aventura londinense como continuidad tras el éxito de “Tape”, su primer montaje como compañía, y en plena aventura surgió la oportunidad de que Jano Sanvicente se lanzara a dirigir a su compañera Yolanda Vega con esta pieza, “Dios Contra Eva Eisenberg”, escrita por Saúl F. Blanco y que la Compañía LaCanoa ha querido poner escena. Un monólogo con aromas de thriller introspectivo que resulta ser un auténtico tour de force para su actriz, que se planta ante nosotros durante dos horas mirándonos a los ojos, mientras desciende a los infiernos por los que Eva camina mientras se busca a sí misma.

Un texto que sorprende, que nos lleva por caminos que para nada esperamos cuando entramos en la sala, que se nos va desvelando poco a poco, como un acertijo y que acaba resultando una broma bastante macabra. 2

Quizá con una revisión del texto y un poco de tijera jugarían a favor del ritmo y de la propia historia, encontrando su verdadero lugar. Hay cierta sensación como si se quisieran contar demasiadas cosas para llegar al objetivo principal, demasiados rodeos que distraen y no aportan, haciendo que la historia quede en un terreno un tanto desigual.

Yolanda Vega hace un trabajo de absoluta entrega, enfatizando y mejorando aquellos espacios donde el propio texto no llega, se nota que ella y su director creen a pies juntillas en este montaje, y la apuesta así lo demuestra. El trabajo interpretativo es delicado, divertido en ocasiones, y logra que nos deslicemos junto a ella hacia un lugar mucho más amargo, allí donde el alma de Eva Eisenberg realmente transita. La insatisfacción, la búsqueda de la propia identidad, de colocar las cosas en el verdadero lugar que corresponde y lograr, a pesar de los demás, hallarnos a nosotros mismos, por mucho que Dios se empeñe en lo contrario y jodernos la existencia.

Bravo por las compañías que apuestan y arriesgan realizando trabajos que no se conforman con la condescendencia del público, si no que buscan mostrar su propia identidad y aquello en lo que verdaderamente creen.

Titulo: Dios Contra Eva Eisenberg Autor: Saúl F. Blanco Elenco: Yolanda Vega Director: Jano Sanvicente Vestuario: Rosa Lafuente Escenografía: Jano Sanvicente Iluminación: Dimitris Theocharoudis Música: Juan Luis Madrigal Lugar: El Umbral de Primavera

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El Burlador de Sevilla

El Teatro Español abre temporada con esta producción de “El Burlador de Sevilla” dirigida por Darío Facal, desmontando esquemas y dando pistas de por dónde van a ir los tiros de su programación. Personalmente me parece maravilloso el espíritu renovador con el que se han lanzado a romper con el encorsetamiento del Teatro Español y dejar de llevar los montajes más radicales, hablando de propuesta, al Matadero y los más convencionales al Español; hay que hacer que el público se mueva y descubra que el Teatro Español no sólo es un espacio escénico, si no una filosofía actualizada de por dónde debe seguir desarrollándose el teatro. Esperemos que no solo sea pintar de colorines las polillas que se lo estaban comiendo. 

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Foto Sergio Parra

Tengo cierto apego a “El Burlador de Sevilla”, hace ya un puñado de años tuve la fabulosa oportunidad de poder hurgar en sus entrañas y conocer lo fogoso y bello de sus versos en primera persona, sabiendo que chorrean deseo y sexualidad por los cuatro costados, así que tener la ocasión de ver ahora una nueva puesta en escena que promete ser transgresora y mostrar la verdadera naturaleza del Burlador me apetecía especialmente. Las ganas y la curiosidad no faltaban.

El Burlador es un ser temerario, que no siente respeto por nada ni por nadie y que se mueve a golpe de entrepierna. Buscando retos e intentando el “más difícil todavía” con cada una de sus conquistas. Es un depredador con un hambre voraz que se lanza sobre sus víctimas con ansias de poseerlas, y a la vez caprichoso como un niño que lo quiere todo y, una vez conseguido, no le interesa nada.

Don Juan no es ese hombre que encandila y hace el amor, es ese “empotrador” con el que tod@s fantasean y al que ansían entregarse… sin reparar en las consecuencias. Un tipo de verbo fácil y bragueta floja. Es todo lo que nos pone cachondos y no nos atrevemos a confesar. Visto así, es lógico que nos lo muestren con la carnalidad y el sexo a flor de piel, todo un acierto.

“El Burlador de Sevilla” que nos encontramos en esta ocasión comienza echando toda la carne en el asador, diciéndole al público directamente a la cara lo que va a encontrarse, con arrojo y desvergüenza, sin dejarse nada en la recamara, pero que poco a poco se ahoga en su ansia de parecer, más que ser, transgresor.

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Foto Sergio Parra

Quizá el público de mirada más “clásica” pueda removerse incómodo en su butaca, pero quien ha escarbado un poquito más a fondo, todo lo que ve en “El Burlador de Sevilla” es cierto que le sonará a teatro transgresor… pero de otro tiempo. Yo lo veo como es una especie de gamberrada para que los de más rancio opinar se lleven las manos a la cabeza al escuchar los versos de Tirso de Molina a la vez que ven tetas, pollas y guitarras eléctricas. ¡Desde cuándo esto en el Teatro Español!

Tiene un comienzo prometedor, arriesgado, contundente. Valientes Alex García y Marta Nieto rompiendo el hielo de esa manera, que se fastidia en el momento que vemos que hablarán durante toda la función por micrófonos ¡con cable! ¿Por qué? Supongo que tendrá su motivo, yo no lo vi. Es molesto para el espectador, imposible que nadie crea nada, y complicado de trabajar para el actor, además de impedir la correcta comprensión del verso; si alguien no vocaliza, cosa que sucede con más de un@, y le das un micro, lo único que consigues es que el farfullar se oiga más alto, pero no lo mejora.

Me da tristeza escuchar parlamentos tan bellos como el monólogo de Tisbea convertido en una cantinela repetitiva y sin intención, pena de Manuela Vellés.

¿Y por qué se pasa de corrido una escena como la muerte del Comendador? Eduardo Velasco es un fantástico Comendador y robarle un momento como ese por adornarlo de supuesto efectismo es injusto.

De las cosas que salvo del montaje, sería curiosamente con Manuela Vellés, la escena más bella del montaje, por su verdad y complicidad, que al fin traspasa al público, es la que comparten Tisbea y La Duquesa Isabela a su llegada a España. Un disfrute.

Algunos momentos que alcanzan una plasticidad hermosísima, como cuando todos los personajes están iluminados por cerillas, y las mujeres seducidas por Don Juan bailan el verso, o la trenza de Ana de Ulloa y el instante que la rodea (¡Gracias, Pablo!), lástima que no tengan una continuidad a través de toda la puesta en escena.

También me quedo con la condena de Don Juan, ese final resulta poderoso, aunque acabe sucio con el empeño de escandalizar tontamente mezclando carnalidad con parafernalia eclesiástica del atrezzo.

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Foto Sergio Parra

O esos guiños a la filosofía de morir joven y dejar un bonito cadáver, al que el director hace mención en el programa de mano. En uno de los números musicales se puede intuir, creo que de boca de Agus Ruiz, ¡maravilloso Catalinón!, un fragmento de The End de The Doors: «The blue bus is calling us»…

Perlas que me dediqué a rebuscar entre proyecciones facilonas, momentos musicales excesivamente largos e insustanciales, a excepción del de la boda, o ese batiburrillo de actores que hacen tan desigual el resultado final.

Podría haber sido un montaje de los que dan qué hablar por mucho tiempo, el camino estaba, pero finalmente ha resultado un gatillazo, no de Don Juan que Tirso de Molina, si es que fue él, ya se ocupó de darle el lugar que se merece, si no de su director que se mira a si mismo entre efectismo y pierde por el camino el trabajo de una compañía que podría habernos dejado boquiabiertos con este montaje.

Pero animo a todo el mundo a que vaya y juzgue, es interesante la intentona por abrir la puerta a otros espectáculos en el Teatro Español. Aplaudo la idea.

Por cierto, mensaje para las señoronas de peluquería y visón que van invitadas, sus móviles también tienen que apagarse al comienzo de la función, gracias.

Título: El Burlador de Sevilla Autor: Tirso de Molina Director: Darío Facal Elenco: Alex García, Agus Ruíz, Marta Nieto, Emilio Gavira, Eduardo Velasco, Luis Hostalot, Rebeca Sala, Rafa Delgado, Manuela Vellés, David Ordinas, Alejandro Onieva, Diego Toucedo y  Judith Diakhate Lugar: Teatro Español Espacio Sonoro: Álvaro Delgado Vestuario: Ana López Cobos Iluminación: Manolo Ramirez Espacio Escénico: Thomas Schultz

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Alberto Jimenez Corinna Fiorillo El Arquitecto y El Emperador de Asiria Fernando Albizu Fernando Arrabal Matadero Teatro Español

El Arquitecto y El Emperador de Asiria

Título:
El Arquitecto y El Emperador de Asiria

Autor:
Fernando Arrabal

Lugar:
Naves del Español-Matadero 
(Sala Max Aub)

Elenco:
Fernando Albizu (El Emperador de Asiria)
Alberto Jiménez (El Arquitecto)

Iluminación:
Soledad Ianni

Vestuario:
Gabriela A. Fernández

Escenografía:
Norberto Laino

Música y Espacio Sonoro:
Rony Keselman

Dirección:
Corinna Fiorillo

Hace una semana pude asistir al estreno de «El Arquitecto y El Emperador de Asiria», un texto de Fernando Arrabal que a penas si se ha podido ver sobre los escenarios españoles y que recorre de cabo a rabo gran parte de las filias y fobias de este autor. Un texto que nos habla de lo que uno es y lo que anhela ser, de cómo uno dentro de su propio deseo o ambición cae siempre en las mismas trampas, en los mismos miedos y traumas, repitiendo una y otra vez los mismos aciertos y los mismos errores, como si el destino no fuera a ser nunca, si no que se tratara de una búsqueda continua en la que nos hayamos atrapados. 
Una nueva ocasión, tras «Pingüinas», que el Teatro Español con Juan Carlos Pérez de la Fuente al frente de su Dirección Artística, nos propone adentremos en el universo de este dramaturgo, en el que o entras de cabeza o quedas fuera sin miramientos. Y yo, sinceramente, me quedo fuera. Es cierto que su lirismo tiene mucho de fascinante, que su humor es gamberro y juguetón, que está lleno de impertinencias que me divierten, que sus reflexiones son punzantes y calan, que sus salidas de tono son sorprendentes más allá de cuánto tiempo haya pasado desde que se escribieron, pero nunca llego a engancharme, se me escapa, yéndose lejos y perdiéndose en el horizonte del intelecto. Para mi ver una función de Arrabal es como quedar para correr con un corredor profesional e intentar seguirle el ritmo, los primeros metros lo hago encantado, incluso me parece fácil, pero enseguida me quedo sin fuerzas -falta de entrenamiento, supongo- y veo como se aleja cada vez más y más lejos; acelero el paso para no perderle de vista, pero llega un momento que me falta el resuello y dejo de correr, exhausto, rendido y aburrido de intentar alcanzarlo, sabiendo que es imposible y dándome por vencido. Pues lo mismo me pasa con Arrabal, yo lo intento, creo que es un autor con el que hay que esforzarse y eso me gusta porque no quiero que me den todo masticado, pero su complejidad acaba por extenuarme y termino por tirar la toalla…
Hace mucho tiempo que entendí que por mucho que me guste el teatro, no todo el teatro me puede gustar, pero no por ello voy a dejar de verlo y valorarlo, y lo que en esta función hacen Fernando Albizu y Alberto Jiménez es digno de aplaudir con admiración. Ya lo dije por las redes sociales, son dos bestias pardas de la escena, y aquí lo dejan bien claro.
El montaje que propone la directora argentina Corinna Fiorillo es un delirio que pone a prueba a sus dos intérpretes, haciéndoles correr, bailar, cantar, chillar, enseñar el culo, hacerse y deshacerse, insinuarse, adorarse y devorarse, ser uno y después otro, o ser los dos uno, depende dónde, cómo y cuándo, y todo ello en a penas 70 minutos de función. Sin embargo es tal la locura en escena que todo acaba pareciendo un batiburrillo desquiciante que no deja entrar en la propuesta, como querer alcanzar con los dedos algo a través de las aspas de un ventilador… 
A mí me resultó imposible.
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El Arquitecto y El Emperador de Asiria

Hace una semana pude asistir al estreno de «El Arquitecto y El Emperador de Asiria», un texto de Fernando Arrabal que a penas si se ha podido ver sobre los escenarios españoles y que recorre de cabo a rabo gran parte de las filias y fobias de este autor. Un texto que nos habla de lo que uno es y lo que anhela ser, de cómo uno dentro de su propio deseo o ambición cae siempre en las mismas trampas, en los mismos miedos y traumas, repitiendo una y otra vez los mismos aciertos y los mismos errores, como si el destino no fuera a ser nunca, si no que se tratara de una búsqueda continua en la que nos hayamos atrapados.

Foto Carlos Furman
Foto Carlos Furman

Una nueva ocasión, tras «Pingüinas», que el Teatro Español con Juan Carlos Pérez de la Fuente al frente de su Dirección Artística, nos propone adentremos en el universo de este dramaturgo, en el que o entras de cabeza o quedas fuera sin miramientos. Y yo, sinceramente, me quedo fuera. Es cierto que su lirismo tiene mucho de fascinante, que su humor es gamberro y juguetón, que está lleno de impertinencias que me divierten, que sus reflexiones son punzantes y calan, que sus salidas de tono son sorprendentes más allá de cuánto tiempo haya pasado desde que se escribieron, pero nunca llego a engancharme, se me escapa, yéndose lejos y perdiéndose en el horizonte del intelecto. Para mi ver una función de Arrabal es como quedar para correr con un corredor profesional e intentar seguirle el ritmo, los primeros metros lo hago encantado, incluso me parece fácil, pero enseguida me quedo sin fuerzas -falta de entrenamiento, supongo- y veo como se aleja cada vez más y más lejos; acelero el paso para no perderle de vista, pero llega un momento que me falta el resuello y dejo de correr, exhausto, rendido y aburrido de intentar alcanzarlo, sabiendo que es imposible y dándome por vencido. Pues lo mismo me pasa con Arrabal, yo lo intento, creo que es un autor con el que hay que esforzarse y eso me gusta porque no quiero que me den todo masticado, pero su complejidad acaba por extenuarme y termino por tirar la toalla…

Foto Carlos Furman
Foto Carlos Furman

Hace mucho tiempo que entendí que por mucho que me guste el teatro, no todo el teatro me puede gustar, pero no por ello voy a dejar de verlo y valorarlo, y lo que en esta función hacen Fernando Albizu y Alberto Jiménez es digno de aplaudir con admiración. Ya lo dije por las redes sociales, son dos bestias pardas de la escena, y aquí lo dejan bien claro.

El montaje que propone la directora argentina Corinna Fiorillo es un delirio que pone a prueba a sus dos intérpretes, haciéndoles correr, bailar, cantar, chillar, enseñar el culo, hacerse y deshacerse, insinuarse, adorarse y devorarse, ser uno y después otro, o ser los dos uno, depende dónde, cómo y cuándo, y todo ello en a penas 70 minutos de función. Sin embargo es tal la locura en escena que todo acaba pareciendo un batiburrillo desquiciante que no deja entrar en la propuesta, como querer alcanzar con los dedos algo a través de las aspas de un ventilador…

A mí me resultó imposible.

Título: El Arquitecto y El Emperador de Asiria Autor: Fernando Arrabal Lugar: Naves del Español-Matadero  (Sala Max Aub) Elenco: Fernando Albizu y Alberto Jiménez Iluminación: Soledad Ianni Vestuario: Gabriela A. Fernández Escenografía: Norberto Laino Música y Espacio Sonoro: Rony Keselman Dirección: Corinna Fiorillo

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Cliff (Acantilado)

¿Por qué la gente se extraña cuando digo que voy a ver varias veces los mismos montajes? Si puedo ver mi película favorita hasta el hartazgo, lo mismo puedo hacer en teatro, ¿no?; siempre y cuando su permanencia en cartel me lo permita, claro, o que suceda como con Cliff, que resurja inesperadamente y nos dé la oportunidad de volvernos a encontrar al borde de este Acantilado creado por Alberto Conejero.cliff-cartelweb

Ya hablé en su momento de esta función cuando se representó en La Pensión de las Pulgas, a comienzos de la temporada pasada y antes del torbellino de éxitos en el que se ha convertido el nombre de su autor ¡Nos sobran los motivos! Pero lo que nos encontramos ahora, aunque el equipo prácticamente sea el mismo, no se parece a lo que ya vivimos. Aquella semilla ha germinado y ha dado los frutos que ahora podemos saborear en Nave 73, motivo por el cual dedico una segunda crónica a este título.

La historia nos presenta al Montgomery Clift tras el accidente que le desfiguró la cara, un ser hecho añicos al que la esperanza se le escapa entre los dedos y la vida se le torna triste e irremediablemente en un fundido a negro.

Recuerdo cómo me enamoré de Cliff/Acantilado cuando lo leí, cuando aún no imaginaba que iba a verlo puesto en escena. Me enamoré de esa caída en picado que uno encuentra entre las palabas de Alberto Conejero. Hubo algo maravilloso en el acto de leerlo, como si esa poesía desgarradora que brota de su dolor se deslizara dentro de mi, atenazando mi garganta y espachurrando el corazón a golpe de imágenes, de conversaciones imaginadas, de un tristísimo erotismo, de fragmentos de canciones laceradas por la aguja del tocadiscos, de personajes invisibles que pisotean inconscientemente la esperanza, y que provocaron en mi un desconsuelo que no me abandonó en días, y una fascinación que aún perdura. Pues bien, todo eso lo he vuelto a recuperar gracias a la nueva puesta en escena que ha dirigido Alberto Velasco, que ha hecho que Cliff se sacudiera el realismo del que andaba preso en el anterior espacio y que limitaba su resultado, para sumergirse en su propia personalidad, la encarnación de algo tan intangible, tan íntimo y terrible, pero tan presente en todos, como es la soledad, plasmada de una forma fabulosa a través de la escenografía de Alessio Meloni, ¡una joya!, la atmósfera sonora de Mariano Marín y la iluminación de Luis Perdiguero, o el, ahora mucho más disfrutable, diseño audiovisual de Adriá Giralt, que le aportan la identidad que andaba buscando el montaje, y todo ello rematado por la interpretación de Carlos Lorenzo que ha crecido de manera exponencial, logrando desencorsetarse y sacar la esencia de un personaje lleno de matices, que danza cuerpo a cuerpo con el dolor, que nos destroza el alma a base de miradas suplicantes, mostrándonos la fragilidad de quien ya no puede más…

Una función llena de instantes, desde esos besos velados con los que comienza, el acertado sentido del humor que se desliza entre tanto desgarro, pasando por los fogonazos del encuentro con el desconocido o ese grito que se ahoga en el silencio, lugares comunes con la anterior puesta en escena y a la vez tan distintos, pero si tuviera que quedarme con un momento creo que sería el posterior a la entrega de los Oscars, absolutamente terrible ser testigo de ese instante de consciencia que da paso a la caída definitiva.

Una delicia de trabajo.

«¿Cómo puedo no ser Montgomery Clift?» es la frase que reverbera en nuestro interior cuando dejamos atrás la sala donde queda Monty, bailando en soledad, abandonado entre sus fantasmas. Qué terrible destino. Y nosotros nos marchamos permitiendo que su figura se diluya hasta convertirse tan solo en un eco desconsolado: «¿Cómo puedo no ser Montgomery Clift?»

Título: Cliff (Acantilado) Autor: Alberto Conejero Lugar: Nave 73 Elenco: Carlos Lorenzo Atmósfera Sonora: Mariano Marín Escenografía: Alessio Meloni Iluminación: Luis Perdiguero Audiovisuales: Adriá Giralt Dirección: Alberto Velasco

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Como Si No Hubiera Un Mañana

«You must remember this/A kiss is still a kiss/A sigh is just a sigh/The fundamental things apply/As time goes by»

Resuena en el silencio de un mundo que ha dejado de ser. Los pocos seres humanos que quedan buscan la esencia de sus vidas como único asidero a la cordura. El vértigo de los primeros besos, la necesidad de amar y sentirse amado, diferencias aparte, o echar un vistazo más allá de nosotros antes de entregarnos desesperadamente al vacío. Así es como se nos presenta «Como Si No Hubiera Un Mañana – Historias de Amor en el Fin del Mundo» un espectáculo conformado por tres historias distintas, escritas por tres autores diferentes, Fran Secunza, Pablo Vara y José Padilla, dirigidos por Andrés Dwyer en las que el nexo de unión son el amor y el fin del mundo tal y como lo conocemos.Como-si-no-hubiera-un-mañana

Tres historias independientes, con personajes propios y tres estilos bien diferenciados que nos hablan de lo mismo. El Amor.

Sé que no debería, y lucho por evitarlo, pero muchas veces me dejo llevar por los prejuicios: «¿Una historia de amor?» «No, gracias, no quiero una función A lo Sandra Bullock«… ¡Error! Qué manía tengo de prejuzgar sin saber… y pensar que he estado a punto de perdérmela…

Uno entra en esta función con suavidad, a través de sus personajes, de las palabras. Los actores juegan con cuatro elementos y no les hace falta más -No hay a penas escenografía y la iluminación escasea, pero ¿qué queréis? ¡Si el mundo ha sido destruido!- Su buena ejecución y nuestra mirada hacen el resto, pero no la mirada de los ojos con la que vemos humo, focos y cuatro escaleras tiradas en el suelo, si no esa otra mirada, más íntima, la interior, la que normalmente nos da pudor, esa es la que es seducida por «Como Si No Hubiera Un Mañana».

Con qué sencillez nos hacen entrar en el juego, hablándonos de nuestras primeras veces, de sensaciones compartidas, haciéndonos ser conscientes de que muchas veces hablamos por no callar, que es más fácil quejarse ante la adversidad que saber apreciar lo bueno que se esconde tras ella, o aprender a mirar más allá de nosotros y sonreír, y amar… sobretodo amar. Escuchas a los personajes que desfilan por la función, que se muestran y piensas: «Es que yo también soy un poco así» Y una sonrisa se dibuja en tu cara, dejándote llevar agarrado de su mano.

Precioso trabajo el de Juan Blanco, Joe Manjón y Sara Martínez. No hay aspavientos, postureos, ni artificiosidades que ensucien. Ellos son sus historias, quienes hacen que nos enamorarnos de los habitantes de cada una de ellas, ellos y sus autores, que desde diferentes estilos, los ponen a prueba, tensando la cuerda y llevándoles a situaciones límite, para romper complejos y mostrar la materia de la que realmente están hechos. Da igual si es desde un cobertizo, escondidos de la amenaza externa, que conversando con un desconocido y su revólver, o encaramados en lo alto de los restos de la Torre Eiffel, el sentimiento es compartido.

Me entusiasma encontrar montajes aparentemente pequeños escondidos entre la maraña teatral en la que nos vemos inmersos. Pequeñas joyas en forma de producciones modestas que sorprenden y dejan tan buen sabor de boca como esta.

Título: Como Si No Hubiera Un Mañana (Historias de amor en el fin del mundo) Autor: Fran Secunza, Pablo Vara y José Padilla Lugar: Nave 73 Elenco: Juan Blanco, Joe Manjón y Sara Martínez Producción: Paraninfo58 Dirección: Andrés Dwyer

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Los Buitres (O La Muerte de los Amantes)

Supongo que todos tenemos nuestras preferencias en cuanto a espacios teatrales y yo tengo uno que, si me leéis de vez en cuando, sabéis que me tiene enganchado y que conste que me ha dado tantas alegrías como disgustos, todo hay que decirlo, pero es que La Pensión de las Pulgas, al igual que pasó antes con su predecesora La Casa de la Portera, tiene ese «qué se yo» que me hace volar. Y «Los Buitres» de Carles Harillo Magnet, la función de la que os voy a hablar en esta crónica, viene precisamente de haber compartido piso la temporada pasada con La Portera (¡Ay!) y es claro ejemplo de porqué me gusta tanto este espacio.los-buitres-cartel

En «Los Buitres» asistimos a la cena del décimo aniversario de una pareja que ha perdido por el camino cualquier atisbo del amor que podían haberse profesado en algún tiempo remoto.

Encerrados en su propia casa, conviven estos dos seres que han ido macerando un odio desmedido hacia cuanto les rodea, incluso hacia ellos mismos. Un odio espeso, enfermizo, que se ha apoderado de sus almas y que disfrutan escupiéndoselo uno al otro; bilis provocada por su propia existencia que vomitan en forma de palabras, de gritos, de reproches, de lamentos y que sacan a relucir con todo su esplendor en el momento en el que hace acto de presencia un Amigo del pasado, visita que desentierra miedos y secretos que son llevados hasta sus últimas consecuencias.

Carles Harillo Magnet ha creado esta pieza asfixiante, tóxica, que hace las delicias de cuantos adoramos encontrarnos ambientes enfermizos y personajes cargados de ponzoña. Una especie de comedia putrefacta encerrada en un juego macabro que acontece en un tiempo indeterminado en el que se mezcla el romanticismo-decadente con un lenguaje ciertamente macarra. Que te hace reír y sentir náuseas al mismo tiempo. Con un texto incisivo, que se divierte en su sadismo insano, que quizá se gusta demasiado en alguno de sus monólogos, pero que juega con nosotros como un niño siniestro que nos tienta y nos convence para que seamos cómplices de su fechoría.

A destacar la estética con la que se nos vende, esa cartelería y fotos promocionales deliciosamente cuidadas y tenebrosas, que se ve traducida en la dirección artística de Pier Paolo Álvaro que logra sorprendernos al transformar la habitación en la que transcurre la función, y que los que acudimos a La Pensión de las Pulgas conocemos hasta el hartazgo, para convertirla en un espacio renovado que te transporta al universo de novela gótica de «Los Buitres» nada más pisarla. Y lo mismo sucede con el vestuario que es una exquisitez. Tan cuidado, tan bien escogida la gama de colores, las texturas… Es tan placerentero ver un trabajo semejante en un espacio tan limitado, y que muchas veces obviamos, que podría escribir una crónica sólo sobre esto. cggdqqowyaa6v2b

Carles Harillo Magnet ha creado unos personajes para «Los Buitres» potentes y tremendamente atractivos, tanto para el imaginario del espectador como para admirar el trabajo de los actores que los interpretan; a mí me hicieron pensar en el retorcimiento de Martha y George, el matrimonio de «¿Quién Teme a Virginia Woolf?» llevado a la enésima potencia o en una versión absolutamente feroz del Sombrerero Loco y la Liebre de «Alicia en el País de las Maravillas» que, sentados a su mesa, esperan a una Alicia, en la piel del Amigo, enterrada hasta la cintura en arenas movedizas y a merced de estos dos caníbales de almas.

El único «pero» que le pongo es el tema del movimiento escénico, hay lugares que pasan demasiado tiempo mirando la espalda de los personajes, perdiéndose intenciones, miradas y gestos que, por las reacciones del resto del público, son merecedoras de ser vistas. Si podéis, evitad los asientos de la pared del espejo.

Mario Zorrilla creo que es una de las presencias más apabullantes con las que me he encontrado en escena, entre la voz, que es un auténtico rugido, y esa mirada que paraliza, me tenía sobrecogido, y si le añadimos a una Carmen Mayordomo absolutamente entregada, disfrutando como una niña chapoteando en un charco de lodo, nos encontramos con una pareja tan repugnante como atractiva, rezuman demencia y amenaza, tanto en sus susurros como en sus alaridos, en sus enfrentamientos cara a cara como en sus caricias envenenadas

Duro trabajo el de Xabier Murúa entrando en escena tras el alarde de poderío de sus compañeros, confieso que a mí al comienzo no me logró atrapar, sin embargo acabó por arrancarme del lado oscuro y transitar con ganas su recorrido, evolucionando con giros ambiguos, haciéndonos dudar y a la vez logrando transmitir su desesperación y acabando por sufrir los zarpazos a los que le someten. Y Josi Cortés que, aunque breve, es la encargada de darnos a descubrir quiénes son estos seres carroñeros que habitan la función. Un acierto de reparto.

Una función tremendamente venenosa, una pesadilla de esas que nos hacen gritar en la noche, pero que al despertar nos deja con ganas de haber seguido explorando. Quien tenga ganas de perturbación y mal rollo que se asome a «Los Buitres» que van a disfrutar de lo lindo.

Título: Los Buitres (O La Muerte de los Amantes) Autor: Carles Harillo Magnet Lugar: La Pensión de las Pulgas Elenco: Mario Zorrilla, Carmen Mayordomo, Xabier Murúa y Josi Cortés Dirección Artística/Vestuario: Pier Paolo Álvaro Espacio Sonoro: Boby Lauren Maquillaje y Peluquería: Yuraima Morcillo Dirección: Carles Harillo Magnet

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No Estamos Together

¿A quién no le han dejado? ¿Y quién no ha dejado a alguien? ¿Quién no ha querido hundirse en sus miserias? ¿y desear ser rescatado inesperadamente? ¿Quién no ha imaginado largas conversaciones con su «ex» reprochando esas cosas que lo desbarataron todo y descubriendo las mejores réplicas a toro pasado? ¿Quién no ha tenido veinte años? ¿Quién no ha caído en la cuenta de qno-estamos-together-teatroue las cosas, por muchos años que cumplamos, no cambian demasiado?

«No Estamos Together» escrita y dirigida, y en ocasiones interpretada, por Nacho López Murria se suma a un género que parece tener hueco propio en la cartelera, la Comedia Generacional. Desde hace algunas temporadas han surgido varios títulos que quieren ser retrato de las generaciones actuales y «No Estamos Together» pretende hacerse un hueco entre ellos.

En este caso la propuesta, contada desde diferentes planos y ambientes creados a dos manos por Belén Segarra y Mikko, parte de ese momento en el que una pareja rompe y comienzan el tortuoso camino de la aceptación de dicha situación, de cómo cada cual guarda su propio luto, de cómo afecta a nuestro entorno, de cómo pasa el tiempo y entran nuevas personas, pero sin olvidar el poso de aquello que fue, para bien o para mal. Todo esto Nacho López Murria nos lo cuenta mezclando lenguajes, realidad y ficción, soliloquios y personajes inventados que a veces actúan como Pepitos Grillos, otras como Campanillas juguetonas, o materializándose en nuevas esperanzas y amigos pesados que nos aturden, pero que sirven de desatranco ante la autocompasión a la que nos encanta entregarnos.
El punto de partida de la propuesta está bien, es interesante, pero quizá el mensaje que quiere transmitir resulta algo distante y confuso: Las idas y venidas en la historia, la mezcla del naturalismo con la abstracción de algunos juegos escénicos resulta un tanto farragosa y obstaculiza la empatía con los personajes. Nacho López Murria pone en escena muy buenas ideas, pero no sé si mezcladas llegan a funcionar plenamente a favor de la función. Un par de ejemplos: Se agradece la música en directo de Maydiremay, estupenda banda sonora para el montaje, pero me queda la duda de si está aprovechada, ¿por qué está ahí? ¿está dentro o fuera de la función? ¿qué aporta a la historia? o las carreras por la escena o los escritos en el suelo que sirven de transición entre cuadros, creo frenan el ritmo y no suman. Son propuestas absolutamente válidas, pero que quizá no cuajan con el conjunto.

 

Me sorprendió gratamente el trabajo actoral, están en sintonía, funcionan y se entienden (¡Y se les entiende!).

En Alba Bayarri y Aitor Caballer se ven esos dos lados de un mismo espejo, enternecedores y reales en sus tópicos, aunque aún tienen que encontrar ese punto que haga más creíble su relación sentimental, algo clave. José Sospedra que juega con un rol agotador, es un divertido cartoon que nos deja entrever muchos posibles de este actor. Ana Dachs aporta un caracter potente y una verdad muy gratificantes. A Sandra Martín le toca arriesgarse y mirar a los ojos de los espectadores, hablarles de tú a tú y saltar de la realidad al universo imaginario de la protagonista, resuelve con soltura, aunque a mí personalmente me gustó más en las escenas compartidas que enfrentándose, con pose excesivamente infantiloide, a la soledad escénica.

Como digo, creo que son un buen elenco que aporta el peso adecuado a la historia. La función aún está muy tierna, pero creo que van a lograr que se sostenga con solidez.

Una comedia con cierto rollete Hipster que comienza a caminar y apuntar maneras. Esperemos le dé tiempo a desarrollarse como es debido y no se pierda en intensidades innecesarias, porque ¿quién sabe? puede convertirse en uno de esos éxitos de largo recorrido que de vez en cuando le da al Off por parir. Nave 73 es un buen talismán para ello.

Título: No Estamos Together Autor: Nacho López Murria Lugar: Naver 73 Elenco: Alba Bayarri, Aitor Caballer, Sandra Martín, José Sospedra y Ana Dachs Música en directo: Maydiremay Escenografía: Belén Segarra y Mikko Vestuario: Lara Tascón Dirección: Nacho López Murria

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